Y cuando digo que el J. Ramírez debe haber babeado como un poseso es debido a que la película se me antoja sospechosamente reaccionaria y maniquea. La manera de retratar al anterior gobierno socialista no es más que una bufonada ofensiva, de las que tumban de espaldas, ya que los miembros del susodicho estamento parecen, todos ellos, sacados de una república bananera. Convertir a Felipe González en un tipo de maneras tan chulescas como las de Aznar o Acebes, es un tanto desproporcionado; una especie de venganza (o rabieta de niño malcriado) por tener de nuevo a los socialistas en la misma banqueta que hace pocos años ocupaban los pepistas. Un modo como otro de falsear la realidad.
Y no hablemos ya de su argumento, una especie de la modélica Todos los Hombres del Presidente, pero a la española, en malo, con un guión deshilachado y desde un punto de vista claramente derechista. Está claro que lo del GAL es un tema espinoso pero, tal y como lo muestra el Courtois, aún es más espeso de lo que fue. En realidad, tras GAL se esconde una opereta ridícula y risible con aspiraciones frustradas de gran thriller político (Costa-Gavras se quedaría de piedra ante tan descomunal despropósito). Un claro ejemplo de que estamos ante una opereta barata se halla en la insoportable interpretación de Jordi Mollà: el modo tan apayasado de construir al personaje de José Amedo (rebautizado en el film como Paco Ariza) -uno de los guardias civiles implicados directamente en el caso-, resulta de vergüenza ajena; sin lugar a dudas, ésta es una interpretación caótica imbuida directamente del propio espíritu fascistoide del infumable producto. Les aseguró que, personalmente, salí bastante indignado del cine.
No sólo el tal Miguel Courtois va dando palos de ciego, pues Andy García, director, compositor musical, productor e intérprete de La Ciudad Perdida, tampoco se queda corto con su películilla. Al igual que GAL, la mirada reaccionaria que despliega sobre la revolución cubana y la llegada al poder de Fidel Castro es totalmente falsa y manipuladora. Y es una pena, ya que la primera hora de proyección, antes de la caída de Batista, incluso tiene incluso estilo y parece prometedora.
Una vez instaurado el régimen castrista, La Ciudad Perdida se estrella. Más que perdida, se convierte en la ciudad derrumbada. A partir de este punto, al García y a su guionista (el recientemente desaparecido Cabrera Infante) se les ve el plumero. Es entonces cuando la película zozobra tanto hacia la derecha que se acaba hundiendo. Entre ese desvergonzado (y exagerado) tonillo anticomunista y la pegajuntosa historia de amor que se monta Andy García (chupando planos sin parar) con Inés Sastre (muy atractiva pero insípida como actriz), no hay quien soporte la última larga hora de proyección; una última parte plagada de boleros, arrumacos de los dos amantes y con la (inexplicable) presencia de Bill Murray (en calzón corto) haciendo (precisamente) de Bill Murray: o sea, de bufón. Y el pobre Hoffman, pasando por ahí, de refilón y haciendo también de Hoffman.
El Pedro J. Ramírez puede perder su tiempo como quiera. Pero ustedes se pueden ahorrar tranquilamente estos dos sufrimientos... Espero que, tras habérmelos tragado, no empiece a notar cambios en mi personalidad. Por si las moscas, me voy a tomar la medicación diaria y a quemar una extraña corbata de colorines que me regalaron en mi aniversario.
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