18.1.06

Mala leche

Mientras el Crash de Cronenberg golpeaba las entrañas y sacudia las vísceras, este nuevo Crash, el de Paul Haggis, apunta directamente al cerebro y remueve todo tipo de sentimientos.

El que fuera guionista de Million Dollar Baby, en su segundo trabajo para la pantalla grande -tras varias experiencias en el mundo de los telefilms- se apunta al juego de Robert Altman y monta su particular Vidas Cruzadas. Una película coral, ambientada en la impersonal Los Ángeles y que, al igual que en el título de Altman, mezcla en su historia a varios personajes los cuales, durante su metraje, acabarán coincidiendo directa o indirectamente a través del azar y la casualidad, factores éstos que cobrarán un protagonismo especial.

Crash empieza con un accidente de tráfico. En éste se ven implicados una mujer oriental y una pareja de detectives del cuerpo de policía de la ciudad, en el momento en que se dirigían al escenario de un crimen. A partir de ese punto, el film inicia un largo flash-back trasladando su acción al día anterior al suceso. Y es allí en donde empieza a apuntalar su alambicado y consistente guión, preciso como un instrumento de relojería y construido de manera cerebral y concisa.

El fiscal general y su intolerante esposa, varios agentes de policía, un matrimonio de color aposentado, un honrado trabajador de una empresa de seguridad, dos delincuentes afroamericanos y un resentido emigrante turco, entre otros, serán algunos de los personajes que se irán entrecruzando en la laberíntica y dura trama.

Al igual que en la olvidada (y remarcable) Grand Canyon de Kasdan, Haggis se centra en la violencia que invade las calles de Los Angeles. El racismo está presente a todos los niveles. El conflicto racial no sólo es cuestión de blancos y negros. Orientales, árabes y espaldas mojadas también se ven inmersos en esa surrealista vorágine plagada de rencores, desconfianza y odio. La mala leche concentrada al cien por cien. Una amalgama de intransigencias que de manera inevitable desemboca en el caos de la violencia. O, a la inversa. Tanto da. Y Clash expone esa dualidad con toda claridad.

El malestar personal se extrapola de manera errónea. Y sus personajes lo demuestran con total claridad. Es más fácil escupir al primero que se cruza en nuestra camino que purgar en silencio nuestros propios problemas. El pez que se muerde la cola. La bofetada iniciada por una estupidez se convierte en mil bofetadas sucesivas a un sinfín de rostros desconocidos. El efecto dominó: todos están inmersos en él y nadie es capaz de romper la cadena.

La manera de retratar la violencia es seca y contundente. Pocas veces la muestra de frente. No se recrea en ella. Un balazo en el interior de un automóvil o un inesperado atropello están filmados a cierta distancia, incluso dejando el suceso fuera de plano; intenta no convertir el impacto repentino en el centro de la acción. Haggis apuesta más por las consecuencias del acto que por el efecto visual.

Teniendo en cuenta su crudo desarrollo, su final resulta un tanto acomodaticio. Un hecho perdonable, construido casi a propósito para no cargar demasiado las tintas.

Un film a tener en cuenta, realizado a conciencia y con un plantel de actores excelente, de entre los que sería necesario resaltar a Don Cheadle. Ninguno de ellos desentona. Todos cumplen perfectamente su cometido: incluso Sandra Bullock salva con notoriedad su (breve) personaje. Un personaje que, por cierto, rompe con sus papeles habituales de chica ñoña al aceptar convertirse en una mujer altiva y déspota con aquellos que la rodean.

No dejen escapar este título. Consejo de Spaulding.

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