Ayer les hablaba de Rompiendo las Olas, uno de los films emblemáticos del movimiento Dogma. Hoy, aprovechando estas fiestas navideñas a punto de finalizar, durante las que todas las familias se reúnen al completo para realizar todo tipo de celebraciones, vale la pena darle un vistazo a uno de los títulos más crueles y cínicos que generó este movimiento. Se trata de Celebración (Festen) , en el que su realizador, el también danés Thomas Vinterberg, dio un repaso vitriólico a la jet set centrándose, ante todo, en el seno de la familia Klingenfeldt; una familia bien que, aprovechando el 60ª aniversario de su padre, decide reunirse en el hotel propiedad de éste para hacerle los honores pertinentes.
Tres son los hijos que se presentarán a la fiesta: Helene, la hija rebelde y autónoma; Michael, la oveja negra con ganas de reintegrarse en el cogollo familiar y Christian, el mayor de ellos, un tipo solitario que llora en silencio la reciente y prematura muerte de su hermana gemela, cuyo fantasma aún pulula por el enrarecido ambiente del lujoso parador en el que se han reunido. Y, junto con ellos, un numeroso grupo en el que se mezclan abuelos, tíos, primos y conocidos cercanos, así como la considerable cuadrilla que conforma el servicio del local.
Recelos, demasiados secretos oscuros del pasado, envidias y asfixiantes reproches –durante demasiados años silenciados entre ellos-, junto con una cuantiosa cantidad de alcohol y comida, acabarán convirtiéndose en el detonante de un necesario cocktail molotov que salpicará a buena parte de los allí presentes. Un campo de batalla, tanto verbal como físico, en el que su director, Vinterberg, aprovecha para dejar al desnudo el cinismo con el que muchos afrontan su propia existencia. La negación del pasado como método psicoanalítico para seguir en la brecha sin remordimientos de ningún tipo.
Una bofetada moral, cruda y dura. Su cámara, en constante y frenético movimiento (tal y como mandan los cánones del Dogma), le da un toque de fiereza a la historia y, al mismo tiempo, convierte a su narración en algo mucho más real y palpable de lo que se podría esperar. Nada ni nadie es lo que parece. Tras la apacibilidad de algunos, se esconden monstruos terroríficos. El dolor, más que físico, es moral. Un dolor de esos tan profundos que se localizan en el centro mismo de las entrañas, por muy putrefactas que éstas se encuentren.
La sobriedad es la clave del film. Pero una sobriedad extraña, atípica, en la que los chillidos de angustia, rabia y horror se multiplican en la mayoría de miembros de esa familia. El caos y el desconcierto ya han empezado. El guateque está aguadao. Más que aguado, alcoholizado, drogado, apestosamente corrupto. La realidad toma visos de ultratumba. El barco acaba de iniciar su naufragio.
Celebración es un film seco, sin cortapisas. Una especie de mazazo a la conciencia, de luminosidad oscura y fotografía granulosa. Un repaso fustigador al egoísmo humano. No hay, en él, un ápice de humor; sólo una colosal dosis de mala leche. Y, por supuesto, un guión excelente en donde cada hecho y cada frase ocupan su lugar concreto en el momento preciso. El análisis quirúrgico de una familia desmoronada que, intentando guardar las apariencias, ha sido capaz de sobrevivir, durante muchos años, escondiendo celosamente un secreto desgarrador.
Una joya en estado puro. Radical y salvaje.
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