4.1.06

Ustedes lo han querido: ROMPIENDO LAS OLAS

Lars Von Trier no deja de sorprenderme. Es de los pocos directores europeos, en la actualidad, que logra atraparme casi siempre en sus delirantes y dilatadas propuestas. Ese universo exagerado y melodramático (que ya hubiera querido para sí el gran Douglas Sirk) es la constante más atractiva de su filmografía, así como ese halo religioso (un tanto crítico) con el que baña la mayor parte de sus trabajos. Dios, el pecado y la redención: tres pasos casi obligados en el cine de Von Trier.

En Rompiendo las Olas, uno de sus productos más bellos y crudos al mismo tiempo, no falta ese misticismo religioso que otorga a su protagonista femenina un cierto aire de sumisión, masoquismo y de castración intelectual. Dios da. Y también quita. Sobre todo quita. Su omnipresencia agobia a Bess, una joven buena e inocente, sin maldad alguna, educada bajo el temor de Dios en una comunidad pequeña y sectaria y marcada psíquicamente por la inesperada muerte de su hermano... Ante sus problemas, se dejará llevar por la insolencia y el totalitarismo que habitualmente descarga la etérea presencia del ser divino, a pesar de que, al mismo tiempo, afronte con una firmeza estoica los improperios contra su persona vertidos por los mayores del lugar.

Rompiendo las Olas es una película de amor. De amores pasionales. De dos seres desgarrados que quieren amarse eternamente. De una mujer que descubre el significado de la palabra amor a través del sexo que nunca había tenido antes. De incomprensión, de religión, de enfermedad, de locura, de obsesión, de persistencia, de pecado y de la hipocresía. Un film ácido y sin desperdicio, en el que todos se sienten capaces de convertirse en juez y verdugo de una mujer débil y desequilibrada, sin meditar el mal que ello pueda acarrear: incluso un grupo de niños mostrará cierto placer morboso jugando a apedrear a la joven descarriada.

Claro estandarte del movimiento Dogma, Von Trier vuelca parte de su filosofía cinematográfica experimentando con la cámara en mano. Puro Parkinson en movimiento constante. Temblores al por mayor. Pero sólo en su primera media hora. Después, las convulsiones visuales se calman, son mucho más suaves. Pero el espectador, zozobrado en su inicio, psicológicamente seguirá afectado por el vaivén. Una biodramina es la mejor ayuda para digerir la dureza de lo propuesto. Una dureza tanto escénica como argumental. Y es que en Rompiendo las Olas, el realizador danés se propuso removernos profundamente las entrañas.

Hay películas, como ésta, a las que hay que saborear poco a poco, sin prisa y sin atragantarse ante la dureza de su sabrosa consistencia; digerirlas durante un par de días y, seguidamente, defecarlas para sacar de nuestro cuerpo tanto dolor psíquico y físico de encima. Y con ello no me mal interpreten. Ver Rompiendo las Olas no es ningún acto de contrición; al contrario: es una gozada inmensa. Tiene guión, sus personajes están perfectamente definidos, nada chirría en su engranaje y posse una sobredosis de realismo que la hace aún más punzante. Y a veces, descubrir que los humanos somos tan perversos y necios, resulta muy difícil de sobrellevar.

Emily Watson es Bess. Hasta ese momento, nadie la conocía. Una actriz nobel. Su descarnada y valiente representación de la atormentada Bess McNeill se trata de una labor interpretativa magnífica, de las que hacen historia. No es de extrañar que por este trabajo, recibiera varios premios y reconocimientos que la han acabado convirtiendo, con el paso de los años, en una de las actrices más respetadas y emblemáticas de la actualidad.. Toda una dama del mundo del cine. Y, en la otra cara de la moneda, una figura habitual en el cine del director sueco, Stellan Skarsgård, la moderación hecha persona, la obsesión amorosa de la perdida Bess.

Cine en mayúsculas. Gran cine el que, en los últimos años, nos está sirviendo en bandeja de plata Von Trier. Será un tipo antipático y déspota (pocas de las grandes actrices que han trabajado con él repiten en su mundo), pero sabe narrar historias compactas y desgarradoras. Sin ir más lejos, allí están, por ejemplo, Bailar en la oscuridad y Dogville. De manera original, rompe moldes. El suyo es un cine clásico dotado de una personalidad irrepetible y peculiar. Un cineasta único que, indudablemente, ha influido mucho en el trabajo de otros directores, como ocurre en el caso de Isabel Coixet en su última película, La Vida Secreta de las Palabras. En ésta, el arrepentimiento y la redención forman parte del eje central del producto. Y, al igual que en Rompiendo las Olas, una plataforma petrolífera se convierte en uno una de los puntos geográficos en los que transcurre parte de la historia.

En pocas semanas, llega el último trabajo de Von Trier, Manderlay, la anunciada secuela del protagonizado por Nicole Kidman, Dogville.

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