10.1.06

Ustedes lo han querido: LOS OLVIDADOS

Los Olvidados es uno de los films de Buñuel, junto con Las Hurdes, más realistas de toda su filmografía. Rodado a principios de los años 50, su estética formal y su historia se acerca más al neorrealismo italiano de esa década que al mundo surrealista y onírico del propio don Luis, aunque sin renegar, por ello, a insertar alguna que otra constante de su particular universo, como una escena en la que un niño, durante su sueño, se enfrenta a los temores que le rodean, empezando por el deseo insano por su dominante madre.
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La película hace referencia a ellos, a los olvidados (tal y como reza su título), a los perdedores urbanos. Habla de seres marginales, del barraquismo y de la delincuencia juvenil, centrándose, ante todo, en este último aspecto. El submundo más crudo y desamparado que habita en la trastienda de las grandes ciudades.

La cinta transcurre en las calles de México D.F., pero también podría haber estado ambientada en Barcelona, Nueva York o París. Rehuye cualquier atisbo de comedia, aunque sus pequeños detalles personales, en esta ocasión, le acercan más al mundo deforme que plasmaba Fellini en su cine que al propio circo buñueliano. La pantalla se llena de freaks: gente deforme, tullidos, ciegos, enfermos y lunáticos conforman la peculiar fauna de Los Olvidados.

El hambre y la miseria son dos de los principales motivos que mueven a sus jóvenes protagonistas a delinquir. No importa darle una paliza a un inválido si con ello se consigue un mendrugo de pan, a pesar de que, poco a poco, esos supervivientes imberbes acaben convirtiéndose en carne de presidio.

Buñuel se muestra valiente en su exposición. Muchachos inclinados al robo e incluso a matar por el mero hecho de no tener otras oportunidades. La bondad, en esas calles, no existe. Y, en el caso contrario, es reciclada o anulada por los propios colegas. El maestro de Calanda expone y, al mismo tiempo, juzga. Y condena a la sociedad, la única culpable de que esos olvidados tengan tan pocas (o nulas) facilidades para enderezar su camino.

Y, a pesar de su crudeza visual y narrativa y de ese toque tan realista, envuelve a su narración con pequeños detalles que la hacen aún más grande. Sus obsesiones (aunque de manera breve) siguen presentes. Su misoginia y su habitual debilidad morbosa por el sexo las vuelca a través de un par de maravillosas pinceladas obscenas, tal y como mandaban sus cánones. Una tierna manceba derramándose leche de cabra sobre sus tersos muslos o la mirada lasciva y descarada de un adolescente sobre la entrepierna de una mujer madura. son dos claros ejemplos de ello.

Un melodrama espeluznante. Conciso y cortante. Conserva su estilo y, sin embargo, va mucho más allá. Una patada moral en la boca del estómago. Han pasado más de 50 años desde su estreno y su propuesta sigue tan vigente como en su época. En ese aspecto, hemos avanzado muy poco. Al contrario: los olvidados han crecido en número.

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