14.4.05

Arriba y abajo

Tras el fuerte resbalón que supuso para su carrera la nefasta y cargante El Doctor T y las Mujeres, Robert Altman regresó, con Gosford Park, a su cara más cínica y ácida a través de una historia ambientada en la campiña inglesa, a principios de los años 30, y narrada, en dos frentes, de manera coral. Una excusa perfecta, para un gamberro como él, para poner a caldo a los miembros de la aristocracia británica y construir, de ese modo, un perfecto y diseccionado retrato de estos y de su servidumbre.

Dejando un tanto de lado su furibundo odio hacia el mundillo de Hollywood, aunque sin renunciar a utilizar a un par de personajes procedentes de ese ambiente (un engreido director norteamericano de filmes de serie B y un galán apuesto en la cima de su éxito en las grandes pantallas), Altman logra uno de sus filmes más redondos desde que presentara su magistral Vidas Cruzadas, dando la falsa impresión, al mismo tiempo, de ser un producto cien por cien inglés (el director es norteamericano de pura cepa, nacido y criado en el mismísimo corazón de Kansas City). Curiosamente, debido a esa ambientación más encorsetada y europeista, el realizador rompe un tanto con su estilo habitual, aunque se mantiene fiel a su narrativa coral y su maniqueismo escénico.

Disfrazado, para la ocasión, de una especie de Berlanga yanqui, demuestra, a través de este film, encontrarse como pez en el agua barajando y moviendo a sus actores como si fueran títeres manejados por un ser diabólico y perverso, vertiendo, al mismo tiempo y a través de su frialdad descriptiva, cierto desprecio hacia casi todos ellos. Los criados en las dependencias inferiores; los señoritos, en las superiores. Arriba y abajo, como en esa entrañable serie inglesa de coordenadas similares. La lucha de clases está servida y la frontera, entre los dos niveles, puede ser rota en cualquier momento.

Cercana, en parte, a Lo que Queda del Día (sobretodo en cuanto a todo aquello que tiene relación con la servidumbre de una gran mansión), pero resultando mucho más hiriente que ésta, Gosford Park se convierte en un extraño y atractivo cocktail en el que se mezclan el cine de James Ivory, las novelas de Agatha Christie y la sátira social, incluyendo, como quien no quiere la cosa y con cierto sarcasmo, un pequeño guiño a La Pantera Rosa, la serie de comedias más emblemáticas de Blake Edwards, a través de la aparición de un comisario salido directamente de la escuela del mismísimo Jacques Clouseau.

Una cacería es la excusa perfecta para que Robert Altman haga lo que le de la gana con todos los personajes congregados durante un largo fin de semana en un gran caserón británico. Esa particularísima Escopeta Nacional, llena de personajes encopetados y snobs, de esos que van todo el día tiesos con la copa de Martini en una mano, le sirve al realizador para desvelar -con cierta mala leche (cosa habitual en él)- un montón de oscuros secretos de la mayoría de ellos, haciendo gala, a través de su maquiavélico guión, de un peculiar y corrosivo sentido del humor, consiguiendo geniales interpretaciones de su numeroso plantel de actores y, de su propia cámara, movimientos sorprendentes y elegantes... ¡Todo un señor, este Altman!

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