Hacía bastantes años, desde 1997 con la controvertida Airbag, que Juanma Bajo Ulloa, no se ponía detrás de una cámara. Ahora acaba de regresar a la dirección con Frágil pero, la verdad, vistos sus desastrosos resultados, se podía haber quedado en casa haciendo zapping o revisando viejos clásicos (que siempre va bien para aprender un poco).
Aparte de resultar un bodrio de mucho cuidado, la película está cargada de pretensiones ya que, con ella, nos narra una historia de amor bajo el prisma y las coordenadas de los cuentos infantiles para, al mismo tiempo, intentar romper todos los tópicos de estos y aprovechar, de paso, para arremeter contra el star system hollywoodiense. Una fábula para adultos, en el que su esperada sátira se pierde por culpa de un guión insoportable que cae, continuamente, en la ñoñería más espantosa.
Contemplando éste nefasto producto, no conseguí alejar de mi cabeza la imagen de Shrek, tanto por sus numerosas referencias al mundo de la narrativa infantil como, ante todo, por la presencia de Muriel, la chica que da vida a Venus, su protagonista principal y que, con su extraño rostro y cuerpo, recuerda todo el rato a la princesa Fiona.
La película, si algo tiene de interesante, es su manera de filmar el corto prólogo inicial, en el que se esconden todas las claves de lo que acontecerá a continuación. Ciertamente, su estilo es muy prometedor, pero se queda en eso, en una promesa jamás desarrollada, pues ya en él, lo que se narra, resulta un tanto blandengue. Sin casi diálogos y a través de una sucesión de imágenes plásticamente absorbentes, asistimos a la relación de un padre con su hija pequeña, Venus. Estos viven en una pequeña casita solitaria en medio de una pradera y sólo se alimentan, prácticamente, de queso, leche, café, miel y madalenas; muchas madalenas. El único contacto que tienen con el resto de mortales es a través de un padre y un hijo que, cada mañana, llaman a su puerta para dejarles un paquete de madalenas; paquete que, posteriormente, padre e hija engullirán con fruición. Una rutina que se verá truncada el día que, esos rurales distribuidoras de bollería, deciden dejar el valle; ese día, el hijo del pastelero mayor del Reino se despedirá de Venus con un beso en la mejilla y ambos, los dos pequeños, emocionados, se jurarán amor eterno. Ya en su adolescencia, tras la inesperada muerte de su padre, la chica decidirá dejar la casa de la pradera y viajar hasta la ciudad más cercana, Antigua, para encontrar a su príncipe azul. Pero su físico no le acompañará demasiado en sus propósitos amorosos.
De este bucólico inicio, la película salta a la búsqueda que Venus (aka Fiona) realiza para dar con su amor. Y éste parece encontrarlo en la persona de un actor engreído, a punto de dar el salto a Hollywood y propietario de una gran mansión a la que están a punto de llegar altos gerifaltes de una gran productora de Los Ángeles. Ni corta ni perezosa, la joven acabará siendo contratada en el lugar como jardinera. A partir de este punto, la historia ya no hay por donde cogerla.
Todo lo que argumentalmente va aconteciendo, a partir de la llegada a esa mansión, es digno de figurar en una antología del disparate sobre lo más cursi jamás filmado. De vergüenza ajena. Hay una escena sublime, de las de "apaga y vámonos", en la que las cinco mujeres que forman parte de la servidumbre del lugar, sentadas ante una mesa, empiezan a hablar de cual sería su hombre ideal y de cómo son sus relaciones con estos. Todo ello como muy melodramático, sin un atisbo de comedia. Pero, en lugar de emocionar (que sería lo más lógico), acaba cayendo en el mayor de los ridículos. Ni en los programas de tarde de Antena 3 había oído tanto tópico seguido sobre el tema.
No hay una interpretación mínimamente salvable. De acuerdo en que casi todo su elenco está formado por actores debutantes, pero esa no es excusa alguna para que estos jovencitos no sepan moverse ante la cámara. Mención aparte merece un tal Julio Perillán (el que da vida al actor vanidoso). Su trabajo es de juzgado de guardia: jamás, en los años que llevo yendo al cine, había visto una interpretación tan nefasta, ya que el hombre posee todos los defectos, habidos y por haber, de un pésimo actor. Crispante, sin más. Y con una dicción peor que la de Jorge Sanz, que ya es decir.
Después de Frágil, aparte de plantearme si en realidad él fue el director de La Madre Muerta, tengo la esperanza de que Bajo Ulloa se vuelva a pillar unos cuantos años sabáticos más y nos deje respirar tranquilos. No era necesario ese regreso tan banal y cursilón, aparte de previsible. Viendo esta película, me ha dado la impresión de que, tras la cámara, se escondía un niño pijo que invertía los ahorros de sus últimos años en filmar su película de graduación. Penoso.
Total... todo ese metraje insostenible para acabar diciéndonos eso tan manido de "la belleza está en el interior". ¡Qué ya somos mayorcitos, Juanma!
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