27.4.05

Money, money, money...

Hacía unos cuantos años que Richard Lester había filmado ¡Qué Noche la de Aquel Día! y Help!. Joseph McGrath, uno de los responsables directos de Casino Royale, el Bond más atípico y surrealista de toda la serie, decidió revivir un tanto el éxito de esos films de The Beatles y, contando en el guión con Peter Sellers y dos miembros del grupo Monty Python, John Cleese y Graham Chapman (que por aquel entonces triunfaban en la televisión británica con su Flying Circus), urdió una de las películas más extrañas y absurdas de la década de los 60, The Magic Christian, titulada, de manera estúpida para su estreno en las pantallas españolas, como Si Quieres Ser Millonario No Malgastes el Tiempo Trabajando.

El film, aparte de entroncar directamente con la corta filmografía protagonizada por The Beatles -tanto por su alocado estilo como por la presencia actoral de Ringo Starr y de Paul McCartney como compositor de su banda sonora-, tenía muchos puntos en común con la citada Casino Royale, empezando por la impagable presencia del inconmensurable Peter Sellers y terminando con su particularísimo sentido del humor.

The Magic Christian se ampara en un argumento muy sencillo pues, de hecho, esto es lo que menos importaba a sus creadores, ya que apostaron por una sucesión imparable de gags, a cuál más extravagante, y por una narrativa un tanto deshilachada, apoyándose, al mismo tiempo y de manera decidida, en la popera estética visual imperante en el cine de esos años (enérgicos zooms de acercamiento, colores chilllones y músicas psicodélicas). Estaba claro que el show televisivo de los Monty Python fue la clave definitiva para la consecución del estrafalario y simpático largometraje.

Basándose en una novela de Terry Southern (también colaborador en el guión, al igual que el propio McGrath), nos plasma las gamberradas planeadas por Sir Guy Grand (un inspiradísimo y estoico Sellers), un millonario excéntrico que se dedica a malgastar su desorbitada fortuna en la recreación de un sinfín de gansadas, realizadas con la única y malsana intención de tocarle las narices al prójimo. Cansado de llevar a cabo sus bromitas en solitario, adoptará como hijo suyo a un vagabundo (un apayasado Ringo) y, tras bautizarlo como Youngman Grand, logrará que éste le acompañe en sus disparatadas correrías en las que no cesarán de tentar (y marear) a sus víctimas con ingentes cantidades de dinero.

En su estreno, la película resultó sorpresiva e incluso, en ciertos aspectos, totalmente transgresora, aunque el paso del tiempo ha mermado buena parte de su encanto original. Muchos de sus chistes han quedado desfasados, aunque alguno de ellos siguen conservando la fuerza y el frescor con que fueron concebidos. De estos valdría la pena destacar toda la delirante escena que transcurre durante una subasta de obras de arte (un sutil homenaje de Sellers al destructor universo del inmortal Groucho Marx) y otro momento, sin desperdicio alguno, que enfrenta a Sellers y Ringo con un policía que intenta sancionarles por un aparcamiento indebido. Inenarrable.

La parte más alocada (y, por ello mismo, electrizantemente jocosa) se encuentra en todo el largo apartado que hace referencia al barco que lleva el nombre del título, Magic Christian, tras el que se esconde un crucero elitista destinado, única y exclusivamente, a las mayores fortunas del planeta. Allí todo se desmelena hasta el absurdo más rocambolesco. Los cameos de los personajes más populares del momento no se hacen esperar; su trama se vuelve excesivamente disparatada, rompiendo todos los cánones habidos y por haber: Christopher Lee vuelve a ser el Conde Drácula para aterrorizar a los adinerados pasajeros; el mismísimo Roman Polanski, ataviado de nuevo con las vestiduras que lució en El Baile de los Vampiros, se verá acosado sexualmente por un travestido con la cara de Yul Brynner y Raquel Welch, la exuberante Welch, azotará con un látigo a cuantos machos se crucen en su camino.

Y saliendo del vampírico crucero llega el final; un final guarro y desagradable donde los haya, capaz de mostrar los pocos escrúpulos de los humanos a la hora de pillar un mísero billete caído del cielo. Tomen nota: una gigantesca piscina de lona en medio del Hyde Park, llena hasta rebosar de orines, diarrea y vómitos. Y millones de billetes flotando en la mierda, lanzados a la piscina por las manos de Sir Guy Grand y Youngman Grand. La gamberrada máxima. Y, tras el dinero, centenares de personas, de todas las edades y condición, bañándose en esa inmundicia, con la única intención de conseguir algún que otro billete, por muy cagado que éste se encuentre.

Que nadie se mosquee conmigo por contar la última escena, pues en el fondo les estoy haciendo un grandísimo favor. Con quien se tendrían que cabrear es con Televisión Española, pues en el par de ocasiones que la emitieron (hace unos cuantos años), esta escena fue suprimida con alevosía y nocturnidad, sin explicación alguna, de la manera más ilógica. ¿Por qué? Vayan ustedes a saber... Espero que, en caso de editarse, lo remedie el DVD. Yo, al menos, la compraré.

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