Dan Foreman es un alto cargo de una importante empresa de publicidad. Al ser ésta absorbida por otra, verá perder su puesto de responsabilidad para pasar a depender directamente de Carter Duryea, un joven ambicioso y trepa un tanto inexperto en la materia. Cayendo en una fuerte depresión, ésta se verá aún más agraviada cuando descubra que su propia hija, Alex, una jovencita de 18 años, ha empezado a mantener relaciones sentimentales con el tal Carter, su nuevo jefe, el hombre que ocupa su viejo cargo en la empresa.
Ésta, a breves rasgos, es la sinopsis de In Good Company, otro de esos films innecesarios que se estrenan cada dos por tres en nuestras pantallas. Una sosa comedia melodramática con todos los tópicos y constantes de esos telefilms de sobremesa que emite Antena 3 los fines de semana. Un olvidable título que no conduce a ninguna parte: edulcorado, blando, aburrido y con moralina final de esas un tanto ofensivas. Ideal para pegarse una buena cabezadita.
En In Good Company, todos los personajes protagonistas, aunque den la impresión de ser muy malos, acaban siendo unos santurrones de los que jamás en su vida han matado una mosca. La previsibilidad es la única arma que sabe lucir su realizador, Paul Weitz (no en vano fue el artífice de American Pie y Un Niño Grande). A lo largo de su metraje no hay sorpresa alguna y todo discurre tal y como prevé el espectador desde sus primeros minutos de proyección. Cero patatero en originalidad.
De realización enervantemente plana, es la típica película que no aporta nada nuevo al séptimo arte, mostrándose, su director, incapaz de darle un poco de nervio a su plúmbea y vacía narración. Y es una lástima ya que, tras su argumento, podría haberse escondido una crítica feroz sobre el desalmado mundo actual de las relaciones laborales, resultando, tan sólo, un producto acomodaticio bajo el que se aposenta un posicionamiento en exceso conservador pues, en resumen, la moralina del mismo, en pocas palabras, deja bien claro que cuando la empresa nos putea y explota, la mejor postura es la de mantenerse sumiso y leal ante los designios del amo y señor; ya vendrán tiempos mejores. Gilipolladas.
De todas maneras hay algo bueno en In Good Company, pues ésta me acaba de validar definitivamente una sospecha que abrigaba desde hace mucho tiempo: cualquier película actual protagonizada por Dennis Quaid es sinónima de patetismo. Caca de la vaca. Para huir raúdamente.
Suerte que, como compensación, sale la Scarlett Johansson. Al menos, esa chica alegra la vista.
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