El otro día me miré Zombies Party. La verdad es que la descubrí gracias a las acertadas recomendaciones de varios de ustedes, ya que es un título de esos caídos en desgracia que las distribuidoras estrenan, cada verano, con el culo. De tapadillo, a escondidas, como si no creyeran en absoluto en él. Y, ciertamente, me lo pase muy bien ante las aventuras y desventuras de Shaun, ese pobre vendedor de electrodomésticos que ha de enfrentarse, de manera estoica, a un numerosísimo grupo de zombies que asolan su ciudad.
No sólo la estrenaron mal, sino que su título español resulta ciertamente horrible. Espantoso. Shaun of the Dead es su original, un título que entronca, tanto por similitud fonética como temática, con Dawn of the Dead (Zombi y su actualización, Amanecer de los Muertos). Y con la inclusión en nuestro país de la palabra "zombi" han roto, al mismo tiempo, una de las constantes más ingeniosas de la película, pues su protagonista, Shaun, odia sobremanera referirse a los muertos vivientes a través de ese nombre, pues alega que, en las películas sobre tales, jamás se les cita de esa manera. Paralelamente, el epígrafe Shaun of the Dead tiene la coña añadida de referenciar, sutilmente, al universo de Tarzán: Shaun de los Muertos y Tarzán de los Monos (Tarzan of the Apes), ya que. al igual que con la mona Cheeta, se les puede llegar a otorgar una función social a los zombies.
Las dos películas en las que se ampara de manera más directa (la de Romero y el reciente remake de Zack Sneider) reciben, por parte de Edgar Wright. el realizador de Zombies Party, un homenaje muy particular ya que, en lugar de dedicarse a copiar y exagerar sus constantes, se atreve a romper con las mismas y con ciertos tópicos del género. Por ejemplo, Shaun, en lugar de quedarse agazapado en un espacio cerrado en el que los zombies no puedan penetrar (tal y como ocurre desde que Romero urdió La Noche de los Muertos Vivientes), decide salir de su casa y, en compañía de su amigo Ed -un camello de hachís aficionado a los vídeo-juegos-, atraviesan toda la ciudad para rescatar a sus seres más queridos. Eso sí, con la sana intención final de buscar una pequeña fortaleza en la que ponerse a salvo todos juntos. Y qué lugar mejor, para unos británicos de tomo y lomo, que buscar refugio en su querido pub, único recurso y adorada distracción de nuestros héroes en sus costumbres diarias, pues para ellos, da la impresión de que más allá de su entrañable local de copas no existe nada más.
La cinta es endiabladamente divertida en su primera parte, cuando tan sólo se intuye la hecatombe zombie. Allí, en sus inicios, es en donde se encuentran sus mejores gags. Todo ocurre como en segundo plano, al tiempo que la cámara va siguiendo a Shaun para mostrarnos su particular carácter, un tipo imbuido en sus problemas e incapaz, por ello, de descubrir que a su alrededor están ocurriendo cosas muy alarmantes. Todo es muy sutil, estiradamente inglés. Tan impasible que cuando descubre estar rodeado de zombies, en plena tensión, saca un huequecito para pensar en el té de las cinco. Genial, igual que en la cruda comparación que establece entre esos humanos, con cara de cadáver, que cada mañana acuden a sus trabajos respectivos, a bordo de transportes públicos, con los lentos movientos gestuales de los verdaderos muertos vivientes.
En el momento en que afronta directamente la invasión zombie, en donde éstos empiezan a aparecer por todas partes y agrupados en ingentes masas devoradoras, es cuando la cinta empieza a perder un poco de su genialidad y vitalidad inicial, cambiando ese humor perspicaz por otro más grueso, con varios toques cercanos al gore más gamberro. Y es en este punto en el que, a pesar de las intenciones iniciales de su director, Zombies Party acaba asimilando todos los tópicos de ese cine.
Pero, a pesar de los pesares (que por suerte son mínimos), queda como una cinta fresca, divertida y con varios destellos de negra hilaridad. ¿Por qué no la estrenaron en mejores condiciones, pardiez?
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