15.2.06

Matrimonio de conveniencia


Jacobo es un tipo solitario y amargado. La vida no le ha tratado muy bien y su pequeño taller, en el cual se tejen calcetines y medias, no ha rendido lo suficiente para ofrecerle una vida holgada. Todo lo contrario que Herman, su hermano menor quien, con un negocio similar, ha podido vivir cómodamente y formar una familia. Tras varios años sin verse, volverán a reencontrarse cuando Herman viaje desde el Brasil a Uruguay, su tierra natal, para asistir a los funerales de su madre un año después de la muerte de ésta. Ante la inminente llegada de su hermano, Jacobo decidirá fingir cierta estabilidad económica y emotiva, contando para ello con la ayuda de la fiel secretaria del taller, Marta, quien consentirá por unos días en convertirse en su nueva esposa.

Whisky se ampara en la propuesta anteriormente descrita. Y, con tan pocos argumentos, acaba convirtiéndose en un film extraño y hermoso al mismo tiempo. Por un lado está la descripción de sus tres personajes principales (y casi únicos). Cada uno de ellos se ha creado su propio universo: alguno lo extrapola al exterior, mientras los otros deciden tragárselo ellos solitos. Por otro lado, la cinta explora en la forzada relación entre esos tres seres, totalmente distantes entre sí y plenamente conscientes, de manera individual, de sus propias mentiras y de las de los demás. No les importa ser engañados si ellos también pueden engañar. Una gran farsa. Nada es lo que parece a simple vista.

La historia es rara, peculiar, al igual que sus protagonistas. De vez en cuando roza el melodrama más profundo. A veces, a sus dos directores, Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, les encanta darle una gruesa pincelada de surrealismo a sus escenas. Buster Keaton bien podría haber dado vida al mimético Jacobo, un hombre de pocas palabras, de trato seco y de enjuta mirada, perfectamente interpretado por Andrés Pazos. Una ave raris que ha aprendido a subsistir agarrado a su monotonía diaria, al lado de su también monótona secretaria. Entre ambos han labrado un constante déjà vu laboral que extenderán hasta su fingido matrimonio.

Whisky se ve con agrado, a veces con una sonrisa entre los labios y otras con cierta inquietud anímica. Una película sobre la soledad y la incomunicación y, al mismo tiempo, una canto a la reiteración. No es de extrañar, en este sentido, que la mayoría de sus toques humorísticos y satíricos (muy sibilinos y sutiles) se amparen, claramente, en ello: en la repetición. El automatismo con el que cada día inician la jornada laboral (plasmado en pantalla en varias ocasiones) es uno de los grandes aciertos de un film sencillo e inteligente.

Una propuesta atípica, con algún que otro tiempo muerto y con un apartado final un tanto desangelado y sin chispa, aunque compensado plenamente por la agudeza con la que se ha construido una historia que, poco a poco, pasito a pasito, va despertando interés en el espectador y, ante todo, en el minucioso retrato de sus protagonistas.

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