6 de mayo de 1938. La Roma de Mussolini se prepara para recibir, con todos los honores, la visita oficial de Hitler. La ciudad está engalanada, banderas nazis afloran hasta en el más impensado recodo, pues un gran desfile militar transcurrirá por la capital italiana, Se trata de un encuentro histórico, pues el Führer y el Duce juntos no son moco de pavo. El fascismo está de fiesta, se desempolvan uniformes para salir a la calle y aclamar a los dos líderes mundiales.
A través de un corrillo de imágenes documentales de la época, en blanco y negro y perfectamente elegidas, a modo de NO-DO reaccionario, se inicia una de las obras maestras de uno de los grandes del cine italiano, Ettore Scola. Se trata de Una Jornada Particular, con guión original del propio realizador junto con Maurizio Costanzo y Ruggero Maccari. Y recalco lo del guión original porque, a pesar de lo que muchos puedan pensar, no está basada en ninguna obra de teatro, ya que Scola, para situar la película, tan sólo recurre a un par o tres de escenarios distintos, siendo interpretada, prácticamente, por dos únicos actores. Esa escenografía, casi teatral, fue lo que indujo a Josep María Flotats a llevarla a los escenarios de Barcelona, pocos años después de su estreno en nuestro país.
Sophia Loren y Marcello Mastroianni, dos monstruos del cine italiano, son sus principales protagonista. Ella es Antonietta, madre de seis hijos, una mujer imbuida por la ideología fascista y casada con un machista insolente y adepto al régimen. Él es Gabriele, un hombre solitario, antiguo locutor de radio despedido de su trabajo por ser considerado un tipo perverso. Nunca habían coincidido antes, a pesar de ser vecinos del mismo inmueble, un gigantesco edificio tras el que se esconde una lánguida colmena de trabajadores, quienes, en una jornada tan particular como esa, han dejado sus domicilios vacíos. Todos están en la calle, vitoreando a los dos fachendas, excepto Antonietta y Gabriele. Ella, un tanto a regañadientes, se queda en su piso para ejercer de Maruja, pues seis hijos y un marido no dan para otra cosa. Él hace lo mismo, aunque por convicción ideológica. Pero ese día, el azar, en forma de ave, los unirá por vez primera.
A partir de aquí, Scola empieza a jugar con esos dos personajes. Loren y Mastroianni. Mastroianni y Loren. El orden de los factores no altera el producto. Sólo por verlos actuar a ellos ya vale la pena Una Jornada Particular. Se trata de magia en estado puro. Química de alto nivel. Ni un ademán innecesario, ni una mueca de más. Y no sólo ellos, sino que a la película hay que sumarle los detalles. Esos pequeños detalles que Scola cuida hasta extremos insospechados, pues son auténticos apuntes cotidianos, de esos que cada día se cruzan en nuestras vidas. Ese grano de café perdido en el suelo, aquel que Antonietta recoge al vuelo, como quien no quiere la cosa, para esconderlo en el bolsillo de su ajada bata o, sencillamente, esa mesa desordenada de la cocina, tras el apresurado desayuno de siete bárbaros, con las tazas de café con leche vacías y mal amontonadas.
Antonietta y Gabriele. Gabriele y Antonietta. Dos seres tristes, amargados. Ella adora al Duce, pues no conoce otra cosa, aunque se siente explotada. Odia su incultura y envidia la corrección y los buenos modales de su vecino. Y él se engancha a su sinceridad, a pesar de no comulgar en absoluto con el fascismo. Y empiezan a hurgar uno en la vida del otro. Investigan. Se preguntan. Se miran. Se huelen. Comparten recuerdos. Y entonces, cuando más fascinados están el uno por el otro, aparecen los recelos, esos temores estúpidos y sin fundamento que nos amargan siempre los mejores momentos. ¿Quién es este hombre, un subversivo, un antifascista...?. Y tras los recelos, la dura confesión de un ser castigado y perseguido. Una confesión a grito pelado, de esas que hay que chillarlas para quedar descansado, para soltar la rabia acumulada. Y con ello, tras esa confesión, el drama diario de esos dos seres sin esperanza aún parece agigantarse más.
Una película triste, emotiva y sórdida, casi asfixiante. Entre silencios y miradas parece que no ocurra nada, pero en realidad nos está contando mucho. Muchísimo. Un retrato pasional de un tiempo oscuro y frío, de una gente a la que le tocó vivir una época que nunca debería haber existido, llena de odios y rencores. De amores y desamores. Y, sobre todo, de frustraciones e impotencia.
Y de fondo, como banda sonora, la crispante emisión radiofónica narrando todo cuanto acontecía en la calle. Una manera original y única de plasmar una fecha tristemente histórica, dejándola en un segundo plano pero, en el fondo, resaltando que, tras esa exaltación nacional, se escondía la verdadera protagonista de la película, la única culpable de maltratar a quienes vivieron esos años de oscurantismo.
En su estreno en salas de cine, Scola rebajó el color del negativo fotográfico original, otorgándole así un tono sepia apagadísimo. Casi en blanco y negro, con un leve toque de coloración, consiguiendo, de esa manera, dar aún más sensación de desasosiego a la historia de Gabriele y Antonietta. Es una lástima, en ese aspecto, que la productora, para sus posteriores pases televisivos y su edición videográfica y digital, no respetara la decisión original de su director.
Recupérenla ahora mismo. Es una verdadera lección de CINE, con mayúsculas y negrita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario