24.3.05

Normalidad aparente

Las Horas del Día es una película modélica. Así, de entrada. Concisa, sin necesidad de alargar el metraje hasta el infinito, no como otros productos más pretenciosos. Cuenta lo justo, sin más. No necesita florituras. Va al grano en todo momento y lo deja todo muy claro. Innegablemente deudora de Henry: Retrato de un Asesino, es capaz incluso de huir del estilo de ésta para narrarnos una historia similar, aunque con connotaciones más nuestras, más plausibles.

Es por ello que el asesino que muestra Las Horas del Día es un hombre muy próximo a nosotros, con nuestros mismos tics y manías, vecino del Prat de Llobregat. Un hombre aparentemente normal, un tanto pasota en ciertos aspectos y propietario de una pequeña tienda de ropa. Posee un peculiar sentido del humor y se entiende más o menos bien con sus amigos, con su novia e, incluso, con su madre. Cuando algo se le descuadra un poco y se le cruzan los cables, lo arregla a través del asesinato. Elige a sus víctimas al azar, fuera de su ambiente diario, no importa el sexo ni su condición social. Sólo necesita que en el momento adecuado aparezcan en su camino. Es su terapia; en lugar de acudir al psicoanalista o de desahogar sus neuras en el blog de Spaulding, ha optado por convertirse en verdugo. Tras cada muerte, como quien no quiere la cosa, vuelve a su estado normal, a su relación habitual con los demás. Y eso, resulta espeluznate.

Su director, Jaime Rosales, ha sabido plasmar perfectamente en imágenes la normalidad que envuelve a un terrible asesino. Un ser de carne y hueso, igual que ustedes o yo, sin ninguna etiqueta visible y con un físico bien común. No tiene nada que ver que con los homicidas típicos y tópicos del cine de toda la vida. Y, como Hitchcock en Cortina Rasgada o los Coen en Sangre Fácil, nos demuestra que quitar la vida a otra persona no es tan sencillo como parece. Se necesita su tiempo y una buena dosis de sangre fría. Él lo hace con elegancia, como un acto más de su vida social. Y Rosales lo plasma sin recrearse en la violencia para nada. Escalofriante.

Todo en la película es muy cotidiano: sus personajes, sus escenarios, su puesta en escena y sus diálogos. Sobretodo eso, sus diálogos. Amenos, coñones, como aquellos que desgranaba otro film modélico, Smoking Room; casi improvisados, con absoluto desparpajo, por un plantel de actores sorprendentes, la mayoría de ellos reciclados de los culebrones de la televisión autonómica catalana. No hay policías investigando, ni persecuciones apabullantes, ni el más mínimo atisbo de cine de intriga. Es tan sólo eso: el retrato de un asesino. Ni un solo efecto especial, ni virguerías innecesarias con la cámara. Tal cual, como en la vida misma: no busquen metodologías criminales ni historias de esas. Es más fría, más visceral. Aquí te pillo, aquí te mato. Ahora una charla con el quiosquero del barrio, luego una cena íntima con la pareja. Lo habitual, lo de cada día.

Desde que vi Las Horas del Día recelo hasta del panadero del barrio, pues esa cotidianidad que refleja esconde el verdadero significado de la palabra terror.

Sencillamente ejemplar.

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