7.3.05

Ustedes lo han querido: SENDEROS DE GLORIA

La tenía considerada una buena película. Desde que se estrenó en España, bastante más tarde de lo normal, debido a los sempiternos problemas de la censura franquista, no había vuelto a ver Senderos de Gloria. Y el pasado sábado por la noche, con su nuevo visionado, estuve verdaderamente en la gloria, pues esa no es sólo una buena película; esa es una película única, magistral, modélica.

No es de extrañar que ese régimen dictatorial no diese el pasaporte de entrada a Senderos de Gloria, pues como en toda dictadura sentían un especial amor por el militarismo. Ese militarismo arcaico e ilógico con el que nos amenazaban continuamente y que Stanley Kubrick, con toda precisión y detalle, analizó y describió con profundidad. Sin pelos en la lengua y nombrándolo todo por su nombre. Tal cual. Al pan, pan y al vino, vino.

La cinta, basada en la novela de Humphrey Cobb -que a su vez se inspiraba en un episodio real ocurrido durante la Primera Guerra Mundial en Francia-, plasmaba los hechos acaecidos cuando un alto mando militar, el general Paul Mireau, sólo por la soberbia estúpida de alcanzar una nueva estrella con la que adornar su uniforme, ordenó a un grupo de militares tomar las sólidas posiciones alemanas en la población de Agnoc. Una misión suicida que, tras la lógica retirada de los pocos supervivientes franceses ante la inevitable masacre, acabó en un absurdo Consejo de Guerra.

El film es magnífico. No se anda por las ramas en ningún momento. Todo se cuenta sin florituras innecesarias. No en vano dura tan sólo 84 minutos escasos, sin desperdicio alguno. Y en ese tiempo mínimo, Kubrick, con la ayuda de dos guionistas más (uno de ellos el excepcional Jim Thompson), diseccionó el surrealismo con el que los altos mandos militares afrontan ciertas situaciones bélicas, el desprecio por la vida de sus subordinados y la hipocresía, altanería y cinismo con los que superaban ciertas críticas vertidas desde los sectores más liberales de su propio estamento.

Un escalofriante canto pacifista y antibelicista que, al mismo tiempo, ofrece una visión cruda e impagable sobre el triste significado de las cadenas de mando. No sólo en el ejército, ya que esas cadenas son totalmente extrapolables al mundo laboral, pues la experiencia nos indica claramente que cuando el mando superior cojea, el que acaba recibiendo todos los golpes es aquel que está situado más abajo en el escalafón, el soldado raso, el conserje de la empresa.

Nada tiene lógica. Ni esa orden suicida, ni ese posterior Consejo de Guerra para acabar con la vida de tres soldados, elegidos al azar de entre el pelotón castigado, acusados de cobardía y sentenciados a morir ante un pelotón de fusilamiento. El castigo ejemplar para que sirva de escarmiento al resto de sus compañeros. Y Kubrick deja bien claro que todo es culpa de esa oxidada jerarquía militar, en donde el intelecto no cuenta en absoluto, sólo el honor y la vanidad personal, valores fatalmente arcaicos que, aún hoy en día, perduran en esa institución.

Para narrar todo ello, Senderos de Gloria cuenta con tres personajes bien delimitados: El Coronel Dax (un impresionante Kirk Douglas, implicado totalmente en la ideología antimilitarista de la película), el general Mireau (un terrorífico George Macready con el rostro cruzado por una inmensa cicatriz) y el general Broulard (Adolphe Menjou, en uno de sus trabajos más inquietantes y logrados). O lo que es lo mismo, y desde el punto de vista más simbólico, las distintas encarnaciones del humanismo (Dax), la soberbia más nauseabunda (Mireau) y el Dios fascista en la sombra (Broulard). Y, por extensión, el enfrentamiento del primero con las dos fuerzas más antidemocráticas y maquiavélicas.

Sus diálogos son impactantes, tan duros como las crudas situaciones que nos muestra la cámara. A través de ellos conocemos el verdadero temor de los soldados antes de iniciar una peligrosa acción bélica. Ellos tienen verdadero pánico al sufrimiento, a caer malheridos. Ya no se plantean ni su posible supervivencia y, si tienen que elegir, desean la muerte antes que el dolor. Y ninguno de ellos, los de abajo, los más abnegados, los que tienen que morir como corderos degollados, no acaban de entender ese patriotismo exacerbado que rezuman sus superiores. Como bien dice el personaje de Kirk Douglas, citando al poeta británico Samuel Johnson y en defensa ante la propuesta suicida de su general, “el patriotismo es el último refugio del sinvergüenza”. De ese sinvergüenza almidonado, incapaz de pisar el frente de batalla y que sólo ansía tener una nueva condecoración en su recién planchado e impoluto uniforme, como el general Mireau.

No sólo ideológicamente es incuestionable Senderos de Gloria, pues ese perfeccionismo compulsivo de Kubrick se nota en multitud de escenas, como esa maravillosa manera de afrontar la del ataque suicida al puesto alemán, siguiendo a Kirk Douglas a través de un travelling lateral, saltando escombros, medio agachado y rodeado de soldados que van cayendo, a su lado, víctimas de las continuas explosiones que van atronando sobre sus cabezas. Excepcional. Sin más.

Y, para acabar, una imagen para el recuerdo, aquella en la que una mujer alemana (Susanne Christian, la que al año siguiente se convertiría en la esposa de Kubrick), prisionera del ejército de Mireau y Broulard, entona forzosamente una canción en su idioma ante un grupo de soldados franceses, los cuales, ante esa tonada, no pueden evitar que las lágrimas empiecen a resbalar por sus mejillas. Nunca nadie, hasta ese momento, había reflejado con tanta claridad la absurdidad de una guerra.

Por favor. Pídanme más películas como ésta. Y es que el cine, a veces, como en este caso, se convierte en lo más maravilloso de este mundo. Lástima de la gente que lo habitamos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Podría hacer una crítica de la película 'Un asesino muy ético'?
Se lo agradecería bastante. Saludos

Abracadabra dijo...

Una magistral película que nos muestra qué en todos los sitios nos encontramos con trepas asquerosos que no tienen ni idea de nada ni de nadie.