6.3.05

L.A., años 40

Después de repasar el otro día Chinatown me entró el gusanillo por volver a revisar su secuela, ese The Two Jakes que, más de una década después, dirigió el mismo Jack Nicholson con la intención de recuperar a su propio personaje, el del detective Jake Gittes, el tipo especializado en infidelidades matrimoniales.

Han pasado 15 años desde Chinatown. Quince años y una guerra por en medio. Gittes ha prosperado en su negocio, remodelando su oficina y siguiendo con el mismo tipo de trabajo. Sin comerlo ni beberlo, él y dos de sus socios, se convertirán en testigos de excepción de un crimen pasional cuando uno de sus clientes, Julius Jake Berman (de ahí el título del film), durante un seguimiento detectivesco, asesina a balazos al amante de su esposa. Los tres investigadores y una cinta magnetofónica serán las principales pruebas para demostrar que nada fue premeditado. Todo parece una encerrona y el avispado Gittes, convencido de que ese crimen estaba mucho más planificado de lo que parecía, empezará a husmear con la intención de sacarse las pulgas de encima. Inesperadamente, todas sus pesquisas le conducirán al pasado, a los sucesos que tan bien reflejó Polanski en la citada Chinatown.

La lástima es que The Two Jakes sólo tiene en común con la magistral obra de Polanski la presencia de Jack Nicholson y el estar escrita por el mismo guionista, Robert Towne. El resto es totalmente artificioso. Bueno... y ellos dos, también. Mientras en la película original la interpretación de Nicholson era prodigiosamente moderada, en esta secuela opta por la sobreactuación más crispante, dándole a su personaje un tono apayasado que rompe cualquier esquema de seriedad. Y es que, para histriones como él, no hay nada peor que autodirigirse. Penoso. Cómo necesita este hombre, a veces, un buen director que sepa frenar sus exageraciones, muecas y aspavientos.

Tampoco el aire de la película inspira esa fuerza única que le impregnó Polanski a Chinatown. Ya es difícil superar un film de esa magnitud, pero aún lo es más haciéndolo tal y como lo abordó Nicholson tras la cámara. Viendo The Two Jakes, el espectador nunca sabe si está ante una comedia o un drama. O, al menos, eso es lo que me ocurrió a mí, ya que no está definida en momento alguno la línea divisoria entre los dos géneros, pues estos se mezclan sin ningún tipo de orden ni concierto. Cuando no están apalizando a Gittes, por ejemplo (pues le dan mamporros cada dos por tres), éste pretende salvar su integridad moral del acoso de una viuda calentorra, en una escena más digna de una opereta picante que del cine negro. Y esa indefinición continua acaba pesando sobre el producto.

Tampoco el actor, en su fallida faceta de realizador, es el único y absoluto culpable de que esta película fuera tan infumable. Una parte muy importante de ese desaguisado es obra de Robert Towne, su guionista, incapaz, en esta ocasión, de tramar una historia mínimamente comprensible y sólida. Para empezar, en su estreno, jugó con el handicap de que era necesario tener muy presente toda la complicada trama de Chinatown. Y difícilmente el espectador, con quince años de distancia entre un título y el otro, tuviera muy fresca en su memoria toda esa lista interminable de nombres y situaciones que aparecían en el primero. Y no sólo por ello (yo, por ejemplo, la acababa de revisar el día anterior), ya que todos sus giros argumentales están pésimamente explicados. Nada está bien ligado y su historia suena a falsa y mal narrada. Sobre todo esto: mal narrada. Pésimamente narrada. E incluso ridícula.

Y sin gancho. Mientras Chinatown me atrapó desde sus primeros minutos, en The Two Jakes, al cuarto de hora, ya estaba totalmente cansado de tantas incongruencias narrativas y del abusivo festival Nicholson. Ni siquiera se salvan de la quema ese sinfín de interesantes secundarios que desfilan ante la cámara; gente de la envergadura de Harvey Keitel, Eli Wallach o Madeleine Stowe, entre otros. Y todos ellos, del primero al último, incapaces de esconder esa desidia interpretativa con la que afrontaron su colaboración en un título tan innecesario como éste.

Sencillamente: ahórrensela. Recurran sólo al original.

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