También es cierto que el último film interesante del director fue El Príncipe de Zamunda, realizada tras dos títulos tan nefastos como Espías Como Nosotros y ¡Tres Amigos! y una locura menor como Amazonas en la Luna, un film de episodios que intentaba recuperar, en vano, el espíritu de sus inicios en el mundo de Hollywood con películas como Made in U.S.A. o El Monstruo de las Bananas.
Con El Príncipe de Zamunda, Landis regresaba a la comedia clásica, a la de toda la vida, tal y como había hecho, unos años antes, con la singular y bien trazada Entre Pillos Anda el Juego. No es de extrañar que en El Príncipe de Zamunda, y como autohomenaje a la citada Entre Pillos..., aparte del protagonismo de Eddie Murphy, recurriese de nuevo a dos actores de la talla de Ralph Bellamy y Don Ameche para, con su presencia, montar un divertido e ingenioso guiño a uno de sus títulos mejor perfilados y de espíritu más académico.
El Príncipe de Zamunda, producida por el propio Eddie Murphy y basada en una idea de éste, es un cuento con un príncipe azul (o, mejor dicho, negro) en busca de una chica con la que compartir su vida. Ese príncipe atiende por el nombre de Akeem. Es el hijo de Jaffe Joffer, el Rey de Zamunda, un pequeño reino, lleno de lujos, mujeres bellas y tesoros, situado en el mismo corazón de África. Akeem, el día en que cumple 21 años y cansado de su parasitismo social, decide romper alguna de las reglas instauradas por su padre y, negándose a aceptar como esposa a la mujer que sus progenitores le han elegido, decidirá abandonar por una temporada su país y, en compañía de su fiel sirviente Semmi, viajar hasta la ciudad de Nueva York en busca de otro modo de vida y, ante todo, de otra mujer seleccionada por él mismo. Y ya que su misión es encontrar a una futura reina para su pequeña nación, optará por instalarse en el no muy reputado barrio de Queens.
De la ampulosidad de su ambientación y decorados iniciales para representar el país y el Palacio de Zamunda, la cinta da un cambio radical a su llegada a Nueva York. A partir de ese instante, la estética imperante es la misma de las sit coms televisivas de esos años. Y no sólo la estética, ya que sus enredos y giros argumentales recuerdan mucho a ese tipo de comedias dirigidas al mayoritario publico de la caja tonta, aunque con una gracia y un desparpajo especial que éstas (en esa época) aún no tenían.
Está claro que El Príncipe de Zamunda es un producto fabricado para potenciar al máximo la figura de Eddie Murphy, una de las estrellas de color más taquilleras de los 80. Y Murphy, sabedor de su popularidad, consiguió lo que el público quería de él: sin desmadrarse y dándole un sabor especial a su príncipe rebelde, creó un personaje ciertamente curioso; un tipo culto y distinguido con un toque entrañable de bobalicón de tres al cuarto (o, al menos, así lo demuestra con su perenne e inmutable sonrisa Colgate). Un tontainas que, al igual de perdido que PacoMartínezSoria en la gran urbe y acostumbrado a las riquezas y comodidades de su tierra, aceptará los más bajos empleos con el fin de encontrar a una chica que lo descubra por su personalidad y no por su condición de sangre real. Y es que un joven, con un padre con la fenomenal voz de James Earl Jones, no se puede andar con chiquitas.
No contento con representar tan sólo al príncipe Akeem, Murphy interpretó, bajo un perfecto maquillaje de Rick Baker, a tres personajes más, a cual de ellos más delirante: un predicador voceras, un barbero pirrado por el mundo del boxeo y a un anciano blanco amante de los chistes baratos. Sencillamente genial. Igual de genial que los otros tres personajes a los que dio vida su lacayo Semmi, el actor Arsenio Hall: un travesti dispuesto a conseguir el amor de Akeem, un cantante de soul a imagen y semejanza de James Brown y al colega del barbero pugilista, un tipo que no para de engullir comida basura, al tiempo que su socio habla excelencias de boxeadores negros mientras corta el cabello a sus clientes.
No busquen en El Príncipe de Zamunda una obra maestra ni un film genial. Se trata, simplemente, de un trabajo sencillo, correcto y agradable, cuya mejor alianza se hallaba en ese feliz reencuentro del Landis de finales de los 80 con el Landis de los 70; un reencuentro que, finalmente, no tuvo consecución en títulos posteriores. Aquí queda esta fábula entretenida, llena de cebras, jirafas y elefantitos poblando el país de Zamunda. Una fábula con el espíritu beneplácito del maravilloso mundo del Frank Capra más clásico. Y con un pequeño toque crítico, y un tanto cínico, para con los establecimientos McDonald’s y similares, lugar en el que acaba empleándose, como barrendero, ese humilde Akeem con ganas de vivir nuevas experiencias.
Eriq La Salle (el inefable Dr. Benton de la serie Urgencias) y Samuel L. Jackson, también se pasearon por el mundo del príncipe Akeem. Ambos en sus primeros pinitos en el mundo del largometraje: el primero, como el novio engominado de la amada de Eddie Murphy; el segundo, como el atracador frustrado de un restaurante McDonald’s (McDowell’s en el film).
Otro actor de color, del que no pienso desvelar su nombre y en su más tierna infancia, también debutó en este film como figurante. Concretamente, en una de las escenas de la barbería en la que Murphy y Hall multiplican sus roles. El actor misterioso está sentado en la butaca del barbero. Si observan bien el siguiente YouTube, seguramente descubrirán de quién se trata. El primero de ustedes en decir su nombre, será el ganador de un nuevo Gallifante virtual. Tan sólo les avanzaré que este niño, ahora ya crecidito, tiene un Oscar en su poder.
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