Entre ese montón de bazofia catastrófica enmascarada de gran cine, cuyo punto máximo de delirio basurero llegó con Terremoto, salvaría dos producciones ciertamente dignas y originales, a las cuales siempre les he mostrado un gran respeto: La Aventura del Poseidón y El Coloso en Llamas. La primera por su originalidad a la hora de elegir una catástrofe con un toque distinto para el espectador, y la segunda por su innegable espectacularidad y por haber reunido en un mismo film a Newman y a McQueen. Y eso, siempre es un excelente regalo imposible de repetir.
Es por ello, por ese reconocido aprecio por el Poseidón original, que no me esperaba nada bueno del remake realizado por Wolfgang Petersen, uno de esos artesanos actuales que, sin embargo, siempre ha demostrado cierta seriedad en sus trabajos. La verdad es que entré en el cine de manera muy negativa, creyendo que volvería a ver la descarada copia de siempre. Finalmente, contra todo pronóstico, este nuevo Poseidón me acabó enganchando. Y, lo que es mejor, distrayéndome.
He de reconocer que Petersen ha sido muy inteligente al jugar con ciertas cartas ocultas para no abrumar a un público que, a buen seguro, ha visto la cinta original en varias ocasiones. Y, al contrario que en ella, el realizador alemán, a los diez minutos de proyección, ya ha puesto del revés al lujoso trasatlántico. De cap per avall, tal y como como decimos los catalanes. O sea, entra en materia rápido, sin perderse en las típicas y cansinas presentaciones de todos los personajes. Eso lo irá haciendo después, a breves rasgos, una vez superado el hostión de la ola gigantesca; escena que, por cierto, no añade demasiados alardes técnicos ni virguerías informáticas a lo que ya nos ofreció el título original: sigue su mismo concepto visual y escénico, respetando al máximo posible lo que en su día filmó Ronald Neame con total corrección y espectacularidad. Si la castaña del 72 ya estaba bonita, bien está el mantenerla casi idéntica en su revisión. Está claro que este Poseidón va al grano en todo momento, tiene ritmo y no se pierde en tonterías superfluas. En ese aspecto, el director alemán, de manera sagaz, demuestra que no tiene ningunas ganas de competir con su antecesor tras la cámara, Ni siquiera de ser mejor que él. Se muestra totalmente consciente de que La Aventura del Poseidón significó un punto y aparte dentro del género catastrofista.
El resto también sigue las pautas del film anterior, aunque cambiando casi totalmente a aquellos personajes que, en contra de la mayoría de las víctimas supervivientes, deciden encontrar la salida dirigiéndose hacia las hélices de popa, la única parte del barco que aún sigue en la superficie del mar. El cambio del sacerdote que interpretaba Gene Hackman en la versión de los 70 por un nuevo guía, un jugador profesional al que da vida Josh Lucas, ahorra (por suerte) ese tono discursivo, religioso y moralista que dañaba, en parte, las buenas intenciones de Neame. La única alusión religiosa del film de Petersen se localiza en un pequeño crucifijo que pende del collar de una de las protagonistas y que, en un momento determinado, se acabará utilizando como una herramienta más para luchar contra uno de los elementos adversos que se irán cruzando en su camino hacia la libertad.
No sólo propone personajes diferentes, sino que también enfrenta a éstos a retos totalmente distintos a los que vivieron los héroes del primer Poseidón. Una manera como otra para ganarse la atención de la platea ya que, gracias a esas mínimas novedades, el público desconoce quienes son los que pringarán y cuales los que se salvarán. La estructura es la misma; las personas y los obstáculos son otros. Y su metraje, el idóneo: 90 minutos, sin más. El tiempo justo y necesario para no llegar a aburrir.
Quizás, en el camino, se haya perdido el atractivo del casting original, el cual era mucho más compacto que el actual. No da el mismo efecto juntar a dos bestias del cine como Gene Hackman y Ernest Borgnine que al soseras del Josh Lucas con un envejecido Kurt Russell quien a duras penas (y con perdón) ya no se agunta ni los pedos. Y, sobre todo, lo que más echo en falta respecto a la primera, son las bragas de Stella Stevens cada vez que la muchacha tenía que saltar o subir por algún hierrajo desmembrado, ya que la elección de las actrices protagonistas sea, posiblemente, lo peor de este Poseídon. Y es que nunca será lo mismo ver a Richard Dreyfuss con las ropas desgarradas que a la Stevens con una camisa masculina hecha trizas, casi como única prenda sobre su cuerpo.
En definitiva, se trata de una distracción sin más y exenta de innecesarias comidas de coco metidas a saco en la historia. Una cinta entretenida y pasada por agua, ideal para pasar un buen rato y olvidarse de los calores extremos de este verano. Y con un acierto endiablado de lo más divertido. Si se acercan al Poseidón, fíjense en el cargante personaje interpretado por Kevin Dillon, el hermanito de Matt. Fíjense bien en él y déjense sorprender por la resolución que toma con éste el malvado Wolfgang Petersen. Yo, al menos, me reí como un poseso.
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