11.8.06

Déjenme que despotrique un poco... (La Carta de Ajuste)

Viernes. Empieza el fin de semana. Un fin de semana del que se prevé vayan a quedar vacías las grandes ciudades. Estamos casi a mitad de agosto y, como cada año, la huida de la mayor parte de sus habitantes suele ser masiva. Es el momento ideal para quedarse en la ciudad. La tranquilidad está asegurada, mientras no viva usted en Barcelona y las miles de obras urbanas ideadas por el alcalde Clos le impidan incluso pasear y disfrutar de sus calles. Cada dos manzanas, uno tropieza con centenares de vallas y decenas de socavones que obligan al transeúnte a realizar arriesgados vericuetos para llegar a su destino. Eso sí; la mayor parte de veces, en una de las vallas más escondidas, cuelga un destartalado cartel, con un ridículo muñequito dibujado en la parte superior que, en catalán, reza el siguiente mensaje: “Preguem disculpin les molèsties” ("rogamos disculpen las molestias").

A menudo me pregunto si Barcelona se está transformando en un gigantesco émulo de la Televisión Española de los primeros años, la de los 60, cuando cada media hora se interrumpía la programación y aparecía aquel mítico cartelito de “rogamos disculpen esta interrupción”, con una cínica coletilla que añadía “permanezcan atentos a sus pantallas”.

Y digo cínica ya que el embaucado televidente se podía pasar una hora entera, como un zombi, mirando el siguiente cartel que colocaban hasta que volvía la emisión normal. Ese era un cartel temible, mínimo, feo de cojones. Se trataba de lo que se ha dado en llamar la carta de ajuste. Una carta de ajuste de lo más simple, en blanco y negro y, en aquella época, sin música de fondo que la acompañara. ¿Se imaginan más de una hora mirando esas aspas encerradas en círculos con todo de cuadritos de fondo? No es de extrañar que los de mi quinta, cada cierto tiempo, nos levantemos sudorosos y atemorizados de la cama, a medianoche, con la imagen (metida en la cabeza) de esa carta de ajuste que, demasiado a menudo, nos dejaba sin saber si el concursante del programa de Joaquín Prat se había llevado, finalmente, ese codiciado millón para el mejor.

El alcalde Clos (ese hombre de sonrisa falsa, cabello canoso y cara de ir estreñido todo el día), también ha ideado su particular carta de ajuste urbana para cada uno de los barrios y calles en los que las obras impiden el paso de peatones y automóviles. Es una carta de ajuste aún más penosa que la que diseñaron esas mentes biempensantes de los primeros años de Prado del Rey. Penosa y apestosa. Sobre todo eso: apestosa. Cada vez que asomo mi cabeza al balcón para ver mi calle, me doy de bruces con ella.


Llevo casi dos años con el barrio patas p’arriba, totalmente desmembrado. La gran avenida en la que está situado el portal de mi edificio está cortada al tránsito; a duras penas pasan dos peatones en paralelo por el mínimo ancho de acera que han dejado. Los casi quince contenedores que engullían las basuras de los miles de vecinos que se albergan en ese radio de la ciudad, debido a las obras y desde hace ya un año, se han convertido en cuatro. Como es lógico, esos pobres contenedores no dan abasto, y las bolsas de basura y otros artilugios que considero mejor ni nombrar, se amontonan alrededor de los contenedores. Y la empresa municipal que se encarga de la limpieza de la ciudad (BCNeta), ante la dificultad y la pereza que les da hacer cuatro maniobras para acercarse con el camión hasta el lugar, se olvidan durante varios días de retirar la mierda acumulada. A lo mejor se trata de un nuevo sistema del ayuntamiento para alimentar cómodamente a las numerosas ratas que pululan a diario entre esos despojos malolientes. Y la verdad es que, tan bien alimentadas están las tías, que ya he podido ver a un par de ellas bien rollizas y fermosas.

Esa es mi carta de ajuste diaria. Cuando desaparezca, sabré que finalmente se han acabado las obras y que volverá a reiniciarse la emisión normal. Aunque, conociendo las artimañas del tal Clos, sé de manera positiva que, a los pocos meses, la emisión volverá a estropearse. No hay otra cosa que le guste más a mi alcalde querido que, a los cinco o seis meses de acabar una de sus magnas obras, volver a levantar el asfalto para meter bajo tierra un nuevo y larguísimo tubo que se les había olvidado colocar la vez anterior. Y, en general, se trata de un tubo que nadie sabe para que diablos sirve... aunque siempre salta el enterao de turno asegurando que eso tan largo, de color amarillo, es para la conducción del cable.

Mientras no pueda pasear este verano por mi ciudad, seguiré ensimismado en el balcón observando mi carta de ajuste particular. Y ésta, al contrario que la de Prado del Rey, con música de fondo: taladros, camiones, ruidos metálicos, golpes, sierras... ¡Por Tutatis, como me gustaría una Barcelona sin obras y sin Clos!

Y ustedes, por otra parte, espero sepan perdonarme las molestias causadas por no haber hablado hoy de cine. Pero necesitaba desahogarme y soltar algún berrinche. De vez en cuando, no viene nada mal.

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