Alicia, en film de Burton, ya no es esa niña pequeña y soñadora que nos presentó Disney en su (magistral) versión animada. Alicia ya es toda una adolescente que, huyendo de una realidad que empieza a asfixiarla, decide regresar a aquel fantasioso País de las Maravillas que conoció en su infancia. Todo un viaje terapéutico en el que aprenderá a enfrentar sus miedos y a romper con ciertos encorsetamientos que no está dispuesta a acatar.
La idea inicial es interesante, pero sólo se queda en eso: en la idea. Y es una lástima pues, teniendo en cuenta la imaginería gótica del realizador, el universo de Alicia prometía ser el vehículo ideal para su lucimiento. Pero el film, aparte de aburrido y sin alma, se encalla y se muestra incapaz de avanzar con buen rumbo.
La presencia de un dragón y la lucha por el poder que ejercen la Reina Roja y la Blanca (la mala y la loca), no son más que las puntas del iceberg que conforma su mínima e inconsistente historia planteada. Lo que podría haber sido una inquietante incursión en la obra de Carroll, acaba convirtiéndose en un poco esforzado festival de efectos especiales en función del sistema 3D. El argumento es lo de menos. Lo único que importa es que el espectador, virtualmente hablando y pagando un buen pastón por ello, se trague alguna que otra mariposa.
Los personajes, del primero al último (Alicia incluida), no poseen ninguna entidad. Es tanta la osadía del director de Eduardo Manostijeras que incluso le hace soltar unos descabellados pasos de breakdance al mítico Sombrerero; un Sombrerero al que, por cierto, da vida un inaguantable Johnny Depp a través de una histriónica interpretación muy cercana a las de sus incursiones piratas dando vida a la locuela capitana Sparrow.
En esta ocasión, la imaginería de Tim Burton se ha situado bajo mínimos y, en mi opinión, sólo ha acertado a la hora de diseñar el repulsivo look de la Reina Roja. O sea, la cabeza de su propia esposa (Helena Bonham Carter) insertada en un minúsculo cuerpecillo. Todo un contraste en comparación con la sosería que destila Anne Hathaway en la piel de la Reina Blanca.
Por cierto: algún día de estos, con esas malditas gafas que pasan de mano en mano y de ojo en ojo, vamos a pillar alguna que otra enfermedad ocular.
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