Tras haber fustigado a las plateas con Un Lugar Donde Quedarse -esa gafapastada insufrible que reflejaba el descenso a los
infiernos de un rockero interpretado por un repulsivo y demacrado Sean Penn-, el
napolitano Paolo Sorrentino ataca de nuevo con La Gran Belleza, una de las
mayores pedanterías de esta temporada.
Claramente influenciado por la obra de Federico
Fellini, Sorrentino se plantea un retrato de la Roma actual a medio camino del
Fellini 8 ½, La Dolce Vita y Roma. Para ello se introduce en la mente de Jep
Gambardella, un escritor cincuentón, insolente y snob de muchísimo cuidado, que
vive de la fama obtenida de su única novela publicada veinte años atrás. Un
artista amargado que deambula por viejos palacios y fiestas nocturnas, a golpe
de bótox, esnifadas de cocaína y siempre al ritmo de machacones remixes de la antaño
popular Raffaella Carrá. O sea, al más puro estilo de los bunga bunga de
Berlusconi.
Convertido en el aclamado anfitrión de movidos guateques
en su lujosa terraza con vistas al Coliseo romano, el tal Gambardella se codea
con una fauna de lo más crepuscular. Aristócratas arruinados, millonarios
amorales, políticos sin escrúpulos, putones descocados, exorcistas
cardenalicios y monjas centenarias, se aúnan, al lado del literato, en un sinfín
de diálogos y situaciones de lo más absurdo y vanidoso. Y de fondo, en un
alarde de gigantesca postal turística, los paisajes monumentales que ofrece
Roma, una ciudad a la que su protagonista ama y detesta a partes iguales.
Jep Gambardella, ese hombre que en tiempos fue un
artista considerado y que ahora no es más que una caricatura de lo que
significó, es Toni Servillo, el actor fetiche del realizador; un actor que, en
esta ocasión y a pesar de los desmanes visuales y narrativos del film, hace
gala de una contención interpretativa excelente, convirtiéndose, con su
trabajo, en uno de los pocos puntales de tan presuntuoso y cansino producto.
Aparte de la brillantez de Servillo, de la
espléndida fotografía de Luca Bigazzi o de la efectiva (aunque repetitiva) partitura musical compuesta
por Lele Marchitelli, no busquen nada más en La Gran Belleza. Ni siquiera un
mínimo de coherencia argumental, pues la historia navega entre los pensamientos
de Gambardella y un desfile incesante de personajes fellinianos y, al mismo
tiempo, insustanciales. 142 interminables minutos al servicio de una de las
mayores tomaduras de pelo del cine italiano actual que, de forma sorprendente, en
los recientes Premios del Cine Europeo, ha obtenido los galardones de Mejor Película y
Mejor Director del 2013. De juzgado de guardia. Para aburrir el cine de por
vida.
1 comentario:
Mientras haya pelis como las de John Ford, el cine nunca será aburrido.
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