11.12.13

Jugando a ser Fellini


Tras haber fustigado a las plateas con Un Lugar Donde Quedarse -esa gafapastada insufrible que reflejaba el descenso a los infiernos de un rockero interpretado por un repulsivo y demacrado Sean Penn-, el napolitano Paolo Sorrentino ataca de nuevo con La Gran Belleza, una de las mayores pedanterías de esta temporada.

Claramente influenciado por la obra de Federico Fellini, Sorrentino se plantea un retrato de la Roma actual a medio camino del Fellini 8 ½, La Dolce Vita y Roma. Para ello se introduce en la mente de Jep Gambardella, un escritor cincuentón, insolente y snob de muchísimo cuidado, que vive de la fama obtenida de su única novela publicada veinte años atrás. Un artista amargado que deambula por viejos palacios y fiestas nocturnas, a golpe de bótox, esnifadas de cocaína y siempre al ritmo de machacones remixes de la antaño popular Raffaella Carrá. O sea, al más puro estilo de los bunga bunga de Berlusconi.


Convertido en el aclamado anfitrión de movidos guateques en su lujosa terraza con vistas al Coliseo romano, el tal Gambardella se codea con una fauna de lo más crepuscular. Aristócratas arruinados, millonarios amorales, políticos sin escrúpulos, putones descocados, exorcistas cardenalicios y monjas centenarias, se aúnan, al lado del literato, en un sinfín de diálogos y situaciones de lo más absurdo y vanidoso. Y de fondo, en un alarde de gigantesca postal turística, los paisajes monumentales que ofrece Roma, una ciudad a la que su protagonista ama y detesta a partes iguales.


Jep Gambardella, ese hombre que en tiempos fue un artista considerado y que ahora no es más que una caricatura de lo que significó, es Toni Servillo, el actor fetiche del realizador; un actor que, en esta ocasión y a pesar de los desmanes visuales y narrativos del film, hace gala de una contención interpretativa excelente, convirtiéndose, con su trabajo, en uno de los pocos puntales de tan presuntuoso y cansino producto. 

Aparte de la brillantez de Servillo, de la espléndida fotografía de Luca Bigazzi o de la efectiva (aunque repetitiva) partitura musical compuesta por Lele Marchitelli, no busquen nada más en La Gran Belleza. Ni siquiera un mínimo de coherencia argumental, pues la historia navega entre los pensamientos de Gambardella y un desfile incesante de personajes fellinianos y, al mismo tiempo, insustanciales. 142 interminables minutos al servicio de una de las mayores tomaduras de pelo del cine italiano actual que, de forma sorprendente, en los recientes Premios del Cine Europeo, ha obtenido los galardones de Mejor Película y Mejor Director del 2013. De juzgado de guardia. Para aburrir el cine de por vida.

1 comentario:

El Señor Lechero dijo...

Mientras haya pelis como las de John Ford, el cine nunca será aburrido.