La recientemente fallecida Bernadette Lafont, la que
fuera una de las musas del cine francés de los años 60 y 70, en su penúltima película,
interpretó a Paulette, una anciana gruñona, racista y muy poco sociable que,
para compensar su mísera pensión económica, decide empezar a traficar con
hachís tras dar, de forma fortuita, con un pequeño alijo. Dirigida por Jérôme
Enrico, nos llega El Postre de la Alegría, descabellada traducción española del más
conciso Paulette; título con el que ha sido rebautizado en nuestro país en
clara referencia al afable El Jardín de la Alegría, su más obvio (y compacto) precedente cinematográfico.
El Postre de la Alegría es un film fácil, muy fácil.
De hecho, su argumento está construido a base de tópicos, empezando por los rasgos de su protagonista, una anciana
intratable y solitaria, amargada por no poder asumir sus gastos mínimos
mensuales y de incalificable trato para con su nieto de color. El retrato de
esa mujer, en sus primeros minutos de metraje y a pesar de lo vulgar de su descripción, resulta ciertamente gracioso. Se muestra asimismo simpático y prometedor
al narrar sus primeros pinitos como camello de barrio pero, poco a poco, su
acierto inicial, debido a lo trivial de su planteamiento, se convierte en un
trabajo tan previsible como aburrido.
La película de Jérôme Enrico, en un principio,
parece apuntar cierta crítica social y política enmarcada en el contexto de la
actual crisis económica. Pero sólo lo parece, quedando en una mínima
apreciación que rápidamente deriva hacia una trayectoria más astracanada y
salpicada por destellos de una forzadísima incorrección política. Lo suyo es el
humor chabacano y en nada sutil, tal y como sucede con el juego simplón que se saca de la manga a través de la red de
distribución de pastelitos de “chocolate” que organiza la buena mujer (en la
que colaboran otras ancianas dispuestas a mejorar sus condiciones de vida) y
las relaciones de ésta con un par de bandas de traficantes de la zona. Repito: fácil, fácil, fácil.
En poco ayuda al buen desarrollo de cinta la
sobreactuación con la que Bernadette Lafont afronta el rol de la esquiva
abuelita; una interpretación tan exagerada que la aleja totalmente de su pretendida
empatía con la platea. Aunque, un tanto de lo mismo, le sucede al resto de su
elenco, desde el grupo de amigas que le dan soporte en su negocio (¡qué
pena da ver perdida por allí en medio a Carmen Maura!) hasta los
integrantes de las cuadrillas rivales, por no citar a sus familiares más directos (incluido un yerno tontainas, policía y de color).
Un quiero y no puedo que, precisamente por el cúmulo
de topicazos que destila en su primera parte (y de los que jamás se desengancha
durante el resto de su metraje), acaba siendo un producto tan predecible como
desaborido y en donde, de forma totalmente imaginable, esa mujer refunfuñona terminará transformándose en una dama de buen corazón.
Les dejo. Me voy a visitar a la centenaria del 4º 3ª
a ver si me vende unas suculentas magdalenas de la hilaridad para levantarme la moral.
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