El parisino Luc Besson, en su nuevo film Malavita (alucinado título español del original The Family), recurriendo a dos atractivas estrellas
norteamericanas como Robert De Niro y Michelle Pfeiffer y amparándose en un Martin
Scorsese en funciones de productor ejecutivo, se adentra en una comedia funcional, aunque bastante irregular,
que se acerca a las contrariedades que sufre un mafioso neoyorquino, de ascendencia
italiana, quien, en compañía de su esposa y sus dos hijos, acepta entrar en el
programa de protección de testigos del FBI tras haber delatado a varios
miembros de su otra “familia”.
Malavita arranca con la llegada de Giovanni Manzoni y
su familia a un pequeño pueblo de Normandía. Han puesto precio a su cabeza, por
lo que han tenido que cambiar de identidad y de residencia en varias ocasiones.
En su nuevo domicilio y escoltados por tres hombres del FBI, tendrán que
acostumbrarse a la cultura y a los hábitos de los vecinos del apacible enclave
francés, cosa que les resultará bastante difícil pues, para ellos, resulta casi imposible dejar atrás ciertas rutinas e impulsos adquiridos en su vida anterior.
La cosa funciona a la perfección en lo que hace
referencia a todo lo que les sucede a Giovanni y a su esposa Maggie. De Niro,
como ya viene siendo habitual en varias de las comedias interpretadas en los
últimos años, vuelve a auto parodiar con gracia y soltura su sempiterno papel
de mafioso. En esto, el hombre tiene experiencia más que sobrada y, de
hecho, sobre él recaen los gags más celebrados de la función. Su pareja, Michelle
Pfeiffer, no tan atinada interpretativamente hablando como él, logra salvar sin
fisuras el rol de mujer de gángster, amargada por las continuas mudanzas que
han de realizar y, a pesar de su iracundo carácter, totalmente acomodaticia con
la antigua “profesión” de su marido.
Cuando la cámara de Besson se centra en las
correrías de sus dos hijos, unos no muy aprovechados John D’Leo y Dianna Agron,
la película pierde en intensidad y, en ciertos momentos, cae en el tópico de las
insulsas y forzadas comedias con teenagers de protagonistas. Igual de
impetuosos y maquiavélicos que sus progenitores, los dos jóvenes se ven
castigados por las peores líneas del guión. Suerte que por ahí y compensando
la sosería (no exenta de violencia) de sus apariciones, tenemos la presencia de
Tommy Lee Jones quien, a pesar de repetir de nuevo su habitual personaje de
agente enfurruñado del FBI, aporta, con su solvencia, algunos de los mejores
chistes (y diálogos) del producto, casi siempre al lado de Robert De Niro.
Una sátira entretenida, aunque llena de baches narrativos.
Una especie de montaña rusa, marcada por un montón de subidas y bajadas argumentales
(en general acompañadas por la presencia de ciertos actores en pantalla),
cuyas mejores escenas se ven arropadas por efectivos e inevitables guiños
cinéfilos (como la juguetona referencia al genial film de Scorsese Uno de los Nuestros) y, ante todo, por la incontrolable personalidad del personaje de
Giovanni Manzoni y las numerosas apostillas sobre la incompatibilidad de los
norteamericanos con las tradiciones francesas.
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