Hace tres años, en 2010, Mariano Barroso realizó
para la TNT una serie televisiva, de seis episodios de veinte minutos de
duración cada uno de ellos, que llevaba por nombre Todas Las Mujeres. A pesar
de tratarse de un trabajo low cost y teniendo en cuenta la alta calidad de la
misma, el realizar ha decidido remontarla, eliminando algunos pasajes (muy
pocos), para su exhibición en pantalla grande. El resultado final se resume en
un espléndido largometraje digno de competir con otras películas filmadas
directamente para su pase en salas cinematográficas.
Manteniendo el mismo título que la serie original, Todas Las Mujeres muestra la historia de un tipo un tanto crápula, Nacho, un
veterinario casado con la hija de su jefe que, aliándose con su joven amante, decide dar un golpe en la empresa de su suegro para después
desaparecer del mapa. Pero nada sale como esperaba: la cosa sale fatal, su mujer
le abandona y el hombre corre el peligro de ser detenido. En busca de ayuda
para salir del atolladero en el que se ha metido, decidirá recurrir a las mujeres
de su vida.
Filmada prácticamente en un escenario único (la casa
en la montaña en la que habita), se trata de un melodrama que, tratado a modo
de comedia, retrata a la perfección el carácter de un sujeto un tanto jetas en
un momento en el que ve peligrar su cómoda existencia. Mujeriego, embaucador y
mentiroso compulsivo, la cinta construye con inteligencia la personalidad del
tal Nacho a través de las mujeres a las que acude en busca de auxilio.
Por la pantalla pasarán, de una en una, su propia
esposa, su amante, su ex compañera, su madre, su cuñada y una psicóloga a la
que pretende embaucar para conseguir un certificado que le pueda eximir de la
cárcel. Seis actrices espléndidas (Lucía Quintana, Michelle Jenner, María
Morales, Petra Martínez, Marta Larralde y Nathalie Poza) al servicio de un
monstruo de la interpretación: Eduard Fernàndez; un Eduard Fernàndez en estado
de gracia, alma mater del film que, con este trabajo, consigue la que sea
posiblemente una de sus mejores actuaciones. Sobrio y alejado de cualquier tipo de histrionismo, el hombre aguanta estoicamente todo su metraje ante la cámara.
No hay plano en el que no esté presente el gran Fernàndez. La naturalidad con
la que afronta su personaje supera todos los límites. Tanto es así
que, a pesar de meterse en la piel de un individuo odioso, logra transmitir
cierto sentimiento de simpatía al espectador gracias a la picaresca con la que confecciona
su papel.
Arropada por un guión sin fisuras, de ágiles e
inteligentes diálogos y dotada de un perverso sentido del humor, logra romper
con la posible teatralidad que se podría entresacar de la filmación en un
espacio único debido al nervio y la sabiduría con los que Barroso ha afrontado el reto.
Un producto a tener en cuenta, muy en cuenta. Nunca un tipo tan
desagradable como Nacho me había caído tan bien.
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