28.11.13

Séame disfuncional, pero con moderación


Con la de películas interesantes que jamás se estrenarán comercialmente en nuestro país, ahora van y nos endilgan una chorrada tan intrascendente y con toque moralista incluido como Somos los Miller. La excusa, la misma de siempre: se trata de una de las comedias más taquilleras en los EE.UU. durante el último verano; un pretexto que, por cierto, no es garantía de nada, tal y como demuestra su visionado.

Si ayer les hablaba de una abuela metida a traficante de hachís, hoy le toca el turno a un camello de tres al cuarto que, tras haberle sido sustraído todo su material y las ganancias de las ventas, para compensar las pérdidas a su jefe -un narcotraficante bastante tarado-, deberá emprender un viaje hasta Méjico y hacerse con un importante alijo.


La cosa, todo hay que decirlo, no empieza mal del todo. La presentación de personajes, aparte de graciosa, promete, pues el hombre, ideando algún sistema para burlar la frontera norteamericana a su regreso, decide montar una falsa familia que le acompañe en su peligroso desplazamiento. Para ello, alquila una auto caravana y recluta a tres personajes inconexos para que hagan las funciones de miembros de su tribu: la madre, una stripper venida a menos; el hijo, un vecino adolescente totalmente disfuncional y la hija, una joven punki escapada de su domicilio paterno.


Su primera parte, como cóctel del cine de los Farrelli y de Judd Apatow, más o menos funciona. Sin casi guión, aunque repleto de gags dominados, ante todo, por el humor grueso habitual de ese tipo de comedias, va cumpliendo con lo anunciado en un principio. Hasta la pareja accidental formada por Jason Sudeikis y Jennifer Aniston destila la mínima química necesaria como para resultar soportable. Pero llegados al ecuador de su metraje, justo cuando aparece en escena una familia ciertamente cursi y empalagosa, el invento empieza a torcerse a marchas forzadas.

Es entonces cuando su realizador, un tal Rawson Marshall Thurber (artífice, entre otros desaguisados, de algo tan patético como Cuestión de Pelotas), pierde el norte y, olvidándose de la incorrección política vertida hasta el momento, le entra la vena catequizadora vendiéndonos gato por liebre. Suaviza sus chistes y, lentamente, somete al espectador a un sutil lavado de cabeza para inculcarle la importancia de los valores de la familia en la sociedad actual, tal y como si se tratara de un edulcorado film made in Disney. Una tomadura de pelo gigantesca capaz, en su recta final, de romper con todo lo predicado anteriormente.

La amoralidad es mala y la disfuncionalidad social aún peor. La típica familia americana es lo que de verdad mola, con sus barbacoas dominicales en el jardín de casa.


Amigo Rawson, váyase a sermonear a otra parte.

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