Con la de películas interesantes que jamás se
estrenarán comercialmente en nuestro país, ahora van y nos endilgan una
chorrada tan intrascendente y con toque moralista incluido como Somos los Miller.
La excusa, la misma de siempre: se trata de una de las comedias más taquilleras
en los EE.UU. durante el último verano; un pretexto que, por cierto, no es garantía de nada, tal y como demuestra su visionado.
Si ayer les hablaba de una abuela metida a
traficante de hachís, hoy le toca el turno a un camello de tres al cuarto que,
tras haberle sido sustraído todo su material y las ganancias de las ventas, para
compensar las pérdidas a su jefe -un narcotraficante bastante tarado-, deberá
emprender un viaje hasta Méjico y hacerse con un importante alijo.
La cosa, todo hay que decirlo, no empieza mal del
todo. La presentación de personajes, aparte de graciosa, promete, pues el
hombre, ideando algún sistema para burlar la frontera norteamericana a su
regreso, decide montar una falsa familia que le acompañe en su peligroso desplazamiento. Para ello, alquila una auto caravana y recluta a tres personajes inconexos para que hagan
las funciones de miembros de su tribu: la madre, una stripper venida a menos;
el hijo, un vecino adolescente totalmente disfuncional y la hija, una joven punki
escapada de su domicilio paterno.
Su primera parte, como cóctel del cine de los
Farrelli y de Judd Apatow, más o menos funciona. Sin casi guión, aunque repleto
de gags dominados, ante todo, por el humor grueso habitual de ese tipo de
comedias, va cumpliendo con lo anunciado en un principio. Hasta la pareja
accidental formada por Jason Sudeikis y Jennifer Aniston destila la
mínima química necesaria como para resultar soportable. Pero llegados al
ecuador de su metraje, justo cuando aparece en escena una familia ciertamente
cursi y empalagosa, el invento empieza a torcerse a marchas forzadas.
Es entonces cuando su realizador, un tal Rawson
Marshall Thurber (artífice, entre otros desaguisados, de algo tan patético como
Cuestión de Pelotas), pierde el norte y, olvidándose de la incorrección
política vertida hasta el momento, le entra la vena catequizadora vendiéndonos gato por liebre. Suaviza
sus chistes y, lentamente, somete al espectador a un sutil lavado de cabeza
para inculcarle la importancia de los valores de la familia en la sociedad
actual, tal y como si se tratara de un edulcorado film made in Disney. Una
tomadura de pelo gigantesca capaz, en su recta final, de romper con todo lo
predicado anteriormente.
La amoralidad es mala y la disfuncionalidad social
aún peor. La típica familia americana es lo que de verdad mola, con sus
barbacoas dominicales en el jardín de casa.
Amigo Rawson, váyase a sermonear a otra parte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario