Después de realizar unos cuantos cortos, el hoy en día reputado Sam Raimi, debutó en el mundo del largometraje, en 1981, con Posesión Infernal, un título que en su estreno no cosechó éxito alguno pero que, poco a poco, con el paso de los años, se ha acabado convirtiendo en un film de culto. Tan venerado está por sus numerosos admiradores que, no contentos con un par de secuelas, aún reclaman una cuarta entrega. Y no es de extrañar, pues el tercer y último episodio estrenado, El Ejército de las Tinieblas, dejaba la historia a punto de caramelo para un capítulo más. Y desde entonces han pasado ya 13 años aunque, al parecer, éste ha sido anunciado para el 2006.
Posesión Infernal es una película sin pretensiones. Rodada con un presupuesto mínimo y en 16 mm (aunque posteriormente remasterizada y con sonido THX), se planteó como una sátira sangrienta y un tanto violenta sobre los films en los que, bosques embrujados y casas encantadas, acababan convirtiéndose en sus verdaderos protagonistas. Pero todo ello a través de un estilo muy personal y gamberro en extremo.
A pesar de su aparente sencillez, tanto escénica como narrativa, Raimi sorprendió por el dominio de la imagen que demostró en esta ópera prima. El uso (y, a veces, abuso) de la cámara subjetiva y el steady cam, mediante largos y fantasmagóricos trávellings, se convirtieron en marca de la casa; un estilo que siguió utilizando en su divertida secuela, Terroríficamente Muertos.
El argumento es lo de menos, pues la fuerza (y la gracia) de Posesión Infernal reside en su aparente desmadre. Cinco amigos (tres chicas y dos chicos) deciden pasar un fin de semana en una vieja cabaña, un tanto destartalada, en medio de un sombrío bosque. Tras el descubrimiento, en el sótano de la misma, de una misteriosa cinta magnetofónica y de un diabólico libro forrado en piel humana, empezarán a suceder inexplicables fenómenos paranormales. Muertos vivientes y árboles vengativos serán la respuesta a la insensatez de los jóvenes.
Raimi juega bien las cartas. No hay guión, pero él es consciente de ello y por eso carga todo el peso de la película en mezclar con precisión la comedia, el cine de horror y el gore. Primero a pequeñas dosis, con algún que otro guiño cinéfilo, como un par de claros homenajes a La Matanza de Texas; luego a lo bestia, con una desmesura brutal que, por momentos, se acerca al espíritu de los viejos cartoons de la Warner. Sin Bugs Bunny pero con muchos Demonios de Tasmania. La sangre brota a chorro; incluso a manguerazo limpio. Las vísceras no se quedan atrás. Gusanos y escarabajos también tienen su rinconcito. Pero todo ese festival salvaje lo hace sin olvidar matizarlo con un perfil cruelmente divertido y negro; a veces hasta sutil. Grotesco y terrorífico. Y con un toque de suspense ciertamente interesante. En Posesión Infernal hay tiempo para todo.
Los efectos especiales resultan, vistos hoy en día, bastante cutrones. Al igual que el rudimentario maquillaje de las criaturas endiabladas que pululan por la pantalla. Pero ello, al fin y al cabo, ello le da una entidad propia. Un mérito artesanal más para que, con los años, se haya convertido en una cinta respetada.
Y para rematar el espectáculo, ahí está Bruce Campbell, dando vida al sorprendido y desencajado Ashly. Una mezcla entre Jerry Lewis y Jim Carrey, pero sobrio, sin perder la seriedad en ningún momento. Un caricato excelente, totalmente expresivo a través de sus múltiples muecas. Un actor al que, por el momento, sólo ha sabido apreciar Sam Raimi y al que se tendría que potenciar más a menudo.
Esta misma mañana la he vuelto a revisar. Les aseguro que, gracias a ello, el día menos pensado, volveré a tragarme sus dos continuaciones. Y es que Posesión Infernal es un aperitivo excelente.
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