1.8.05

In Memoriam

Hoy estoy apenado. Me siento extraño, como si faltara algo dentro de mí. Como si me hubieran extirpado un apéndice vital. Mis movimientos son más lentos y vagos. No tengo la movilidad normal de cada día. Ha sido un golpe duro. Y es que esa separación ha sido cruda, como segada bruscamente. Cuando pienso que jamás volveré a verlo, me entran todos los temores y angustias.

Una agonía lenta y duradera. Tras trece largos años manteniendo una relación casi a diario con él, se hace mucho más difícil superar el trauma. Y eso que el pobre, durante los últimos seis años, se había convertido en un calvario de agobiantes penurias. Cuando no le fallaba una cosa, era la otra. E inesperadamente, una vez recuperado de alguno de sus achaques, volvía a recaer sin lógica alguna. Sufría calentones tremendos. No oxigenaba bien. Y, en demasiadas ocasiones, le costaba por las mañanas ponerse en marcha. Ello sin recordar aquella interminable temporada en la que, entre temblores escalofriantes, soportaba pasajeros amagos de infarto. Uno detrás de otro. No saben lo que he llegado a padecer por esa estimada criatura metálica.

Era mi Ibiza Injection de color blanco. Cubicaba 1.5. Tenía su nervio, hasta que empezó con los arrechuchos y cayó en manos de profesionales sin escrúpulos. Arreglaban una cosa y dejaban otra preparada para volver al taller a la semana siguiente. Y venga facturas. Ahora 20 euros de nada y, a la semana siguiente, 200 euros más. Así mes tras mes, durante seis años. Cambiando de mecánicos y dejando que cada uno de ellos, a su manera, le fuera insertando viejas piezas de desguace que lo acabaron convirtiendo en una especie de carroza ortopédica.

Allí encima lo tienen. A las puertas del cementerio del Poble Nou, a punto de ser recogido por los oscuros personajes del Plan Renove. A estas horas, el pobre automóvil, solo e intranquilo, debe estar viajando camino de una muerte segura, montado en una grúa de esas inmensas, al lado de otros coches enfermizos y moribundos como él, ignorante de que en poco tiempo empezarán a darle de martillazos en plan brutote, hasta convertido en un pequeño y abollado maletín férreo. Un verdadero amasijo de hierros.

Quien esto escribe no volverá a ser jamás el mismo. Hoy, cuando lo he entregado al taller del concesionario en el que he comprado el nuevo coche, le he pedido al encargado un pequeño favor. “Antes de que vengan a por él los del Renove, ¿me permite estar cinco minutos a solas con mi Ibiza?”. El hombre ha entendido perfectamente mi solicitud, me ha dado una palmadita en la espalda y, con la mano derecha, me ha señalado el rincón en el que el desahuciado automóvil esperaba su retirada. He pasado ese rato con él. En silencio y acariciando cariñosamente el cambio de marchas, hemos recordado viejos tiempos. Y para terminar, tras darle un suave beso en el capó, le he jurado amor eterno. Nunca me olvidaré de él.

El próximo jueves me entregan el nuevo coche. ¡Por Tutatis, qué ganas tengo!

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