19.8.05

Chocolate desecho

Hace más o menos un mes les hablaba de Un Mundo de Fantasía, la magnífica adaptación que en los años 70 realizara Mel Stuart partiendo del original literario de Roald Dahl. Les puedo asegurar que tras visionar ese film, tuve la impresión de que Tim Burton lograría, con la misma base, un producto personal en el que volcar lo mejor de su universo gótico.

Una lástima, pues fue una intuición fallida. La realidad es otra muy distinta, pues Charlie y la Fábrica de Chocolate es una película innecesaria. Mientras la primera versión rezumaba un cinismo poco habitual en su época, Burton ha apostado por aligerar la historia, rehuyendo la mala leche que desprendía el trabajo de Stuart.

La historia es la misma. Hay pocas variaciones argumentales, aunque excesivos matices un tanto moralistas. Tim Burton, en esta ocasión, se ha limitado a calcar la otra película, tanto escénica como narrativamente hablando. Detalla la pobreza del pequeño Charlie, el niño protagonista, valiéndose de los mismos golpes de efecto de Un Mundo de Fantasía. Crea algunos personajes nuevos (como el del padre de Charlie y el de Willy Wonka) y hace desaparecer a otros de un plumazo, al tiempo que dedica un postizo (y molesto) cuarto de hora final a ensalzar, de manera ridícula, la imagen de la familia. O sea, cae en el error de decantarse hacia la última obsesión ética del cine norteamericano actual.

Y curiosamente, cuando más podría haber explotado su habitual estilo rocambolesco, es el momento en el que el realizador de Big Fish demuestra una falta total de inspiración. El interior de la fábrica de golosinas de Willy Wonka, el lugar ideal para que Burton vertiera su clásica imaginería visual, mantiene muy pocas diferencias con el diseño que ofrecía la cinta de Mel Stuart. El famoso bosque comestible –rodeado de cascadas y ríos de chocolate- y otras estancias de la factoría, son idénticos en ambos títulos.

Las situaciones que nos plantea son totalmente descafeinadas y políticamente correctas. Una copia descarada en la que sus pocas innovaciones han sido insertadas para contentar a todo el mundo. Incluso sus números musicales resultan insulsos, sin gracia alguna, pues en este punto en concreto, ha rehuido las canciones originales de Anthony Newley para potenciar a su eterno Danny Elfman. Un Danny Elfman alarmantemente repetitivo en sus últimas bandas sonoras y patéticamente hortera a la hora de escribir y musicar las canciones para Charlie y la Fábrica de Chocolate. Renovarse o morir.

Y lo peor e incluso molesto al cien por cien: la interpretación de Johnny Depp, el actor fetiche del director. Un Depp exagerado e histriónico. Y, con perdón, amariconado. En lugar de explotar a un Willy Wonka sardónico y misterioso, se ha inclinado por dar vida a un empresario más pintarrajeado y maquillado que una Drag Queen en pleno desmelene. Juraría que, por momentos, está más empolvado que la locaza Jack Sparrow, el pirata amanerado que interpretara a las órdenes de Gore Verbinski. En cuatro días, este chico se nos va a convertir en Joanna Depp. A veces, en el papel de Wonka, da la impresión de haberse transformado en una niñata histérica. Él sabrá. Yo cada día lo aguanto menos. El film ya flojea por si mismo y Depp, con su labor, acaba de destrozarlo. Una pena.

Para mí, Willy Wonka siempre será Gene Wilder. Ese hombre sí que estaba soberbio.

Por cierto: si se atreven a verla, disfruten de sus maravillosos títulos de crédito iniciales. Lo único salvable de este título. Informática pura, pero magníficos. Al terminar estos, ya pueden escapar raudos del cine. No se van a perder nada de nada. Por muy Tim Burton que se llame su director.

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