Después de ver La Isla, sólo me queda claro un concepto y es que Michael Bay, su director, es un chicuelo espabilado. No por su discutible capacidad creativa, ni mucho menos, sino por su manera de acaparar dólares con cada uno de sus prefabricados productos. La originalidad de los mismos es lo que menos le importa. La única cuestión, para él, es embaucar al público con cuatro escenas de acción bien acabadas y la presencia, siempre inevitable, de un par o tres de helicópteros. Y eso es, ni más ni menos, su nuevo producto.
La Isla está realizada a base de retales de otros films, pillando conceptos, imágenes e ideas de estos. No es de extrañar, por todo ello, que ante el último artilugio de Bay nos vengan a la mente fragmentos de otros títulos más entrañables que éste. Así, por ejemplo, las referencias visuales y estéticas a La Fuga de Logan conforman la mejor parte de La Isla, su primera media hora, en la que se explica, poco a poco, el misterio que se esconde tras una extraña y futurista sociedad, en la cual la mayoría de sus miembros parecen estar autoprogramados bajo un control exhaustivo. Sus imágenes recurren al particular microcosmos ideado, hace años, por el escritor Aldous Huxley en Un Mundo Feliz, novela a la que consecuentemente ya recurrió Michael Anderson para la citada La Fuga de Logan.
Hasta aquí la película funciona más o menos bien. Como se acostumbra a decir, “se deja ver”. Y punto. No ofrece sorpresas, aunque tiene su gracia –a pesar de ciertas lagunas de guión- la manera de ir desvelando al espectador todo cuanto ocurre en esa pequeña y aséptica sociedad.
A partir de ese momento ya no sólo hay pequeñas lagunas de guión, sino que éste desaparece por completo quedando todos los cabos por atar. Empieza a mezclar títulos, sin orden ni concierto, y los agita como si se tratara de una cocktelera: Coma, Blade Runner, Desafío Total, Starman e incluso Metrópolis se reunifican, de manera aceitosa, para darle un tonillo falsamente cinéfilo al producto. Mientras, en medio de ese caos, un efectivo Ewan McGregor y Scarlett Johansson (un poco la chica florero de la película) se agitan mucho y huyen de todo tipo de peligros, a cuál más increíble. Y es que ellos, solitos, han descubierto todo lo que se escondía tras su pequeño mundo y quieren darlo a conocer a la opinión pública.
Una nueva vuelta de tuerca sobre el tema de la genética y la clonación, aunque sin profundizar en absoluto y cargando más el peso de su historia en aspectos triviales. Típica y tópica. Y absurda en su argumento. De esas que además nunca acaban. Un final detrás de otro. Y total para decir que hay malos malosos que aprovechan la biogenética para su propio beneficio.
Pobre ovejita Dolly.
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