Un futuro no muy lejano. El calentamiento global
está a punto de mandar la Tierra a la mierda. Para paliarlo, los científicos
experimentan con un nuevo gas que esparcen por todo el planeta con la intención
de bajar la temperatura global. Pero la tentativa sale chunga y lo único que se
consigue es el efecto contrario, helandose hasta el último
rincón del mundo y acabando con todo tipo de vida. Los pocos supervivientes de la hecatombe tendrán que subir a
bordo de un larguísimo tren, dotado de un motor en continuo movimiento, que da
vueltas en círculo al planeta. Una especie de Arca de Noé que, en realidad, no
es más que un fiel retrato de nuestra sociedad actual: en los vagones
delanteros se aposentan los integrantes de la clase alta, los poderosos, aquellos que oprimen hasta la
extenuación a los de los vagones de atrás, la gente que ha de luchar para sobrevivir.
Este es el punto de arranque de uno de los films
apocalípticos más interesantes de los últimos años. Toda una lección de
ritmo y entretenimiento cinematográfico, con crítica social incluida, que nos
llega de la mano del coreano Bong Joon-ho (el mismo de The Host o Memories of Murder). Snowpiercer (Rompenieves) es el título de esta coproducción
entre Corea del Sur, USA, Francia y la República Checa.
Basada en la novela gráfica de Jacques Lob, Benjamin
Legrand y Jean-Marc Rochette, la cinta, claustrofóbica en donde las haya (toda
su acción transcurre en el interior del extenso y complejo ferrocarril), narra
la revuelta de la clase baja que, encabezada por el empecinado Curtis (Chris
Evans, el actual Capitán América), pretende llegar hasta el primer vagón para
exigir mejores condiciones de vida. Durante la travesía, cruzando de vagón en
vagón, todo tipo de aventuras y contrastes: de la miseria más extrema hasta la
opulencia más lujosa.
Y, a un lado y a otro de la revolución liderada a
medias entre Chris Evans y un excelente John Hurt, un sinfín de nombres de lo
más tentador, de entre los que cabe destacar a un correcto Jamie Bell, a un
devastador Ed Harris (impresionante en la piel del cínico Wilford, el
propietario del convoy) y, ante todo, a una caracterizada y desconocida Tilda
Swinton dando vida a Mason, una Ministra rastrera, ridícula y cobarde que,
siendo capaz de todo para salvar su vida ante los violentos envites de Curtis y
su gente, nos puede llegar a recordar a alguna que otra fémina entresacada de
la fauna de gobernantes de nuestra España actual. Toda una delicia divertida y
satírica.
Dos horas de entretenimiento puro y duro que, sin
embargo (y por encontrarle algún “pero”), cojea un poco en su “filosófico”
y "existencialista" episodio final, justo con la aparición del gran Ed Harris. Un festival de cine
de acción en donde no faltan esas escenas de luchas cuerpo a cuerpo y de planos
barridos que tanto les gusta a los coreanos. Una curiosidad que, estrenada a
desgana y en pocos cines, hay que recuperar cuanto antes. No les va a
defraudar.
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