7.5.14

El puto Fioravante y el jetas de su representante



En su quinta película como realizador, Aprendiz de Gigoló, John Turturro se aproxima al cine de su coprotagonista, Woody Allen, y le pide prestadas tres de sus constantes habituales: sexo, pareja y religión. No contento con ello, ambienta la película en Brooklyn, la parte más judía de la ciudad de Nueva York, y recurre, por defecto, a una banda sonora que parece sacada directamente de cualquiera de los numerosos títulos del director de Manhattan.


Aprendiz de Gigoló tiene un punto de partida curioso y divertido. Convertir a Woody Allen en una especie de macarra de John Turturro tiene su coña. Ni uno hace pinta de proxeneta ni el otro de prostituto, pero la cosa resulta graciosa e incluso ingeniosa. Los diálogos que desgranan ambos actores cuando se enfrentan en pantalla son frescos, mientras que los primeros escarceos sexuales entre Turturro y mujeres de la talla de Sharon Stone o Sofia Vergara tienen su puntito. La cosa promete y, entre el desparpajo interpretativo de Allen y la sobriedad (un tanto forzada) de Turturro en la piel del “putoFioravante, el tono de comedia alcanzado no es nada desdeñable.


La cosa empieza a torcerse con la aparición del personaje al que da vida una desmejorada Vanessa Paradis, la viuda de un rabino mayor que ella y que transmitirá a Fioravante sentimientos que van mucho más allá del puro sexo. Las tonalidades jocosas empiezan a desaparecer, dejando paso a un melodrama sentimental un tanto surrealista y totalmente anquilosado (por no decir directamente cursilón).

Las apariciones esporádicas de Woody Allen o la rotunda crítica hacia los intolerantes cánones de las religiones, ayudan a digerir mejor el último tramo de un film que, a pesar de sus buenas intenciones y su sentido del humor, acaba resultando aburrido e insustancial.

2 comentarios:

El Señor Lechero dijo...

Calcada a las de Woody Allen, y el caballero, como siempre, se sale.

Anónimo dijo...

Como curiosidad, el partido de baloncesto de la NBA que mira Sofìa Vergara es narrado por el gran Montes y Antoni Daimiel.