John Polson es su realizador, el mismo de la también fallida El Escondite; un hombre que, a pesar de sus esfuerzos por enlazar su film con cintas clásicas (Un Lugar en el Sol o Que el Cielo la Juzgue son sus referencias más evidentes), se queda a medio camino en sus intentos por conseguir un trabajo mínimamente digno. Una cinta aburrida, sin alma y con un look excesivamente televisivo. Lo mejor, sin lugar a dudas, es la atemporalidad con la que la ha afrontado y la presencia (en este caso descafeinada) de un tipo de la talla del oscarizado protagonista de Gladiator.
A priori, la clausura, con la proyección de La Cinta Blanca de Michael Haneke, parecía mucho más interesante. Pero tan sólo lo parecía. La película del realizador de Funny Games, no es más que un peñazo de mucho cuidado. Dos horas y media del Haneke más colgado; de ese Haneke que es capaz de aguantar decenas de inamovibles planos innecesarios, filmados con cámara fija, en silencio y sin que ocurra nada de nada en pantalla. Una pura exhibición de petulancia cinematográfica que, para lo único que sirve, es para destrozar las buenas intenciones de la historia que propone.
Ambientada, pocos días antes del inicio de la 1ª Guerra Mundial, en una pequeña aldea alemana y rodada en blanco y negro, el realizador germano acerca al espectador a lo que bien podría significar el nacimiento del nazismo. Un montón de sucesos extraños y violentos se suceden en el lugar. Accidentes inesperados, secuestros, torturas… El mal rollo está servido. La lucha de clases y el conflicto generacional quedan más que latentes en las desgracias de la aldea. Niños maltratados, mujeres insatisfechas, machotes prepotentes. De todo y más en el lugar. El tema promete; es evidente. El problema estriba en que la película nunca acaba de arrancar, sobrándole metraje por todos lados. El aburrimiento está servido y cuanto ocurre lo hace a medias tintas. El indiscutible preciosismo de la imagen está reñido con la falta total de ritmo. Una horita menos de duración le habría sentado de narices.
Five Minutes Of Heaven fue uno de los títulos que se pudo ver en la sección oficial de cine negro. Una nueva vuelta de tuerca a una de las constantes del cine procedente de Irlanda: el de las convulsas luchas entre católicos y protestantes en el Belfast de hace unas décadas. A pesar del tono discursivo que adquiere en su última parte, esta fue una de las propuestas más interesantes del certamen. Narrada en tres actos, Olivier Hirschiegel, su director, afronta una historia en donde el sentido de culpabilidad, el odio y la búsqueda del perdón cobran un fuerte protagonismo. La excusa es un debate televisivo que pretende situar, cara a cara, a un antiguo miembro del Ulster Volunteer Force y al hermano de una de sus víctimas. A un lado, la sobriedad de Liam Neeson; al otro, el flirteo con la sobreactuación de James Nesbitt. El equilibrio perfecto para jugar con los sentimientos contrapuestos de ambos personajes.
Otro título atractivo fue Jar City (Mýrin), una producción islandesa que, dirigida por un tal Baltasar Kormakur, destaca, ante todo, por la dureza y frialdad con las que trata a sus personajes. Ya se sabe, un país gélido normalmente da películas aún más gélidas. Malos rollos familiares y experimentos genéticos se esconden tras un crimen que pretende resolver un solitario inspector de la policía de Reykiavik, cuya investigación le trasladará hasta unos sucesos acaecidos 30 años antes. Un consistente guión, en donde sobresale su acertado manejo del flash-back, avala un trabajo que se muestra ciertamente demoledor con la condición humana. Añádanle un hermético tono grisáceo y un par de sutiles toques gores y sabrán lo que es bueno.
Film Noir y el Bad Lieutenant de Herzog fueron otros de los títulos de la sección oficial de cine negro y que, en su día, ya se comentaron en esta página. La primera, a raíz de la inauguración del Fecinema el año pasado; la segunda, debido a su pase en el reciente Festival de Cine Fantástico de Sitges. El resto de propuestas ofrecidas en Manresa serán comentadas en un nuevo post.
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