17.2.10

Se montó la gorda

Negra; negrísima. Gorda; gordísima. Fea, feísima; de aspecto simiesco. Menor de edad y embarazada, por segunda vez, de su propio padre. A su primer hijo, deficiente mental, le llama cariñosamente Mongo. Como ven, la negra tiene la negra ¿Quién da más? Ella atiende por Precious, al igual que el título que da nombre a la película, el segundo trabajo como director de Lee Daniels, el mismo de Shadowboxer.

Todo un éxito de público y crítica en los Estados Unidos. La desgracia siempre vende, aunque sea de color negro. Y aún más si la desgracia posee el envoltorio típico de un telefilm de sobremesa: todo mascado y digerido. Ideal para consumo rápido; el sumum para el espectador menos exigente. Inexplicablemente, es la de mejor dirección una de sus seis nominaciones al Oscar (entre las que también se incluye la de mejor película)

Su guión, igual y sorprendentemente nominado, está basado en la novela Push de la escritora y poetisa de color Sapphire; un guión que no es más que el cúmulo de fatalidades que rodean al pequeño universo de Precious y desde el que se intenta, al mismo tiempo y sin buenos resultados, urdir un retrato sociológico del Harlem actual. El cine pro Obama ya se ha abierto un huequecito definitivo en los circuitos comerciales del mundo entero.

Como ya es habitual en la última hornada de melodramas llegados de los EE.UU (y por muy independientes que éstos sean), más que una historia bien hilvanada se trata de un extenso catálogo de tópicos, amontonados uno sobre el otro sin orden ni concierto. Tanto es así que la única persona dispuesta a ayudar a Precious a salir de su aislamiento social es su guapa profesora, una mujer lesbiana y de color que comparte su vida con otra chica de su condición. ¡Que bonito y emotivo resulta cuando los parias y los desheredados se juntan para luchar a favor de una buena causa!

Una historia sin sorpresas. La adversidad es el sino de Precious. Nunca da un paso hacia delante; siempre va hacia atrás. Y, cuando logra encaminarse un poco, le cae otro chaparrón encima. Todo sabe a déjà vu. Incluso, en este aspecto, no pilla a nadie desprevenido cuando el personaje hace de tripas corazón y empieza a afrontar el futuro con esperanzadoras perspectivas. El esfuerzo siempre lleva a la superación. La moraleja es la principal finalidad del film de Lee Daniels. Séame usted feliz con su vida de mierda porque, cuando esté a punto de darse el último batacazo, saldrá del bache en el que ha caído... aunque siga siendo gorda, fea, se la hayan metido por todos los agujeros y su salud cuelgue de un delgadísimo hilo.

No hay que buscar nada nuevo en la película, pues no lo hay, a no ser que pretendan descubrir la escena cumbre del cine actual en la (sólo interesante) confesión de la madre de la protagonista (una hija de puta integral) ante los desorbitados ojos de una asistenta social interpretada, esta última, por una desconocida y además efectiva Mariah Carey. Ese momento, junto a la buenas actuaciones de Gabourey Sidibe y Mo’Nique (Precious y su madre, respectivamente), conforman lo más destacado de un cajón de sastre compuesto, casi en exclusiva, de las desgracias más estereotipadas.

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