El planteamiento de Up In The Air es exquisito. El modo de presentar al tal Bingham es sobresaliente: con unos cuantos planos tiene más que suficiente. Su rutina viajera en aeropuertos es toda una lección de cine. Casi sobran las palabras. Y allí, metiéndose en la piel de ese personaje, un excelente George Clooney que, junto a Vera Farmiga, se convierte en lo mejor de la cinta.
Dos mujeres y, en el centro, un hombre. Él tiene feeling con Alex Goran (Vera Farmiga), una ejecutiva de otro sector, tanto o más agresiva que él. En cambio, con la tercera en discordia, Natalie Keener (una sosa Anna Kendrick), no acaba de tenerlo nada claro. Ella ha entrado nueva en su misma compañía, pisando fuerte, y él ya es gato viejo como para tener que soportar ciertas intromisiones laborales. Con la primera, tendrá sus encuentros amorosos a lo largo y ancho del país; siempre en hoteles, aprovechando las citas de trabajo de ambos; con la segunda, Natalie, se verá obligado a adoptar el papel de educador.
Hasta aquí, todo funciona a la perfección. Una vez definidos sus tres personajes, la inspiración desaparece. La película da un giro imprevisible y pierde su ángel. Todo se vuelve demasiado previsible. Jason Reitman pone el freno de mano y se dedica a mostrar todo aquello que otros cineastas nos han enseñado con anterioridad; moralina incluida. La falta de originalidad se convierte en monotonía. Y lo que aún resulta más grave es querer hacer, del calavera de Ryan Bingham, un tipo simpático para el espectador. Y no sólo simpático, sino incluso una buena persona (en este aspecto, presten atención a las falsas escenas de la boda de su hermana).
Quédense con Clonney, Farmiga y su primera media hora de proyección, justo cuando los aeropuestos tienen un papel determinante en la historia. Y después paren de contar. Mucho ruido y pocas nueces.
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