Con Malditos Bastardos, Tarantino reinventa el cine bélico. Lo lleva a su terreno, estructura el film en capítulos y adorna a éstos con su mejor técnica: la de los diálogos. Comedia, aventuras y suspense. Y de propina, como quién no quiere la cosa, le suelta un mazazo inesperado a la historia. El Quentin, cuando quiere, los tiene bien puestos.
La Francia ocupada. A un lado, un grupo de militares judíos, comandados por un yanqui brutote, dispuestos a cortar cabelleras a los invasores: cuantas más, mejor. A otro, el alto mando germano y sus envenenadas ramificaciones. Y más allá, en la penumbra, una joven fugitiva, propietaria de un cine, con ganas de venganza. Varios son los frentes por los que transcurre la historia. Y todos tienen un denominador común que atiende por Operación Kino.
No hay ningún personaje que no se vea caricaturizado por la perversa mente de Tarantino. Y lo mejor de ello es que lo hace con gracia. Brad Pitt está que se sale con su desorbitado militar tosco; Melànie Laurent construye un perfecto retrato de una chica decidida y al mismo tiempo delicada... Todos, del primero al último, cumplen a la perfección con sus respectivos roles: siempre al límite, pero sin caer del todo en el histrionismo; jugando al máximo, tal y como les exige el dire.
De todos modos, el que se lleva el gato al agua -y literalmente se come a sus colegas- es Christoph Waltz, un actor alemán de dilatada carrera en su país aunque poco conocido en nuestros lares. El tipo, a pesar de su menuda estatura, compone a un coronel de la SS con una elegancia que tumba de espaldas: cínico, educado, hijoputa...; una actuación de la que oiremos hablar largo y tendido. Cada vez que el hombre asoma su rostro en pantalla, la película sube en intensidad.
Un interesante ejercicio cinéfilo y cinéfago. Cada capítulo posee su particular homenaje. El cine como distracción y el cine como arma contra los totalitarismos. Todo un gran guiño al Séptimo Arte del que, personalmente, sólo encuentro un defecto: es tan buena su reposada y tensa primera escena que luego, a lo largo de las dos horas y media de metraje, resulta dificilísimo encontrar otro pasaje que mínimamente la iguale.
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