11.6.07

Después de las vacaciones, llega el buen trabajo

Los chicos de Danny Ocean han vuelto a la acción. Han dejado atrás esas innecesarias vacaciones en Europa (Ocean’s Twelve), burdas y en forma de tomadura de pelo, para instalarse de nuevo en Las Vegas, la ciudad de cartón piedra y luces de neón que mejor se conocen. Allí, con la seguridad de un guión brillante e ingenioso, recuperarán el estilo que les hizo famosos en la primera entrega de la saga.

Y es que, bajo mi punto de vista, esta tercera parte, Ocean’s 13, es la mejor de la serie; al menos, hasta el momento. Steven Soderbergh, su realizador, deja de lado a las dos muñequitas de turno (Julia Roberts y Catherine Zeta-Jones) y, a pesar de que el personaje de George Clooney hace varias y sutiles referencias a la relación con su pareja, se centra en el grupo que ha reunido éste para desbancar el nuevo Casino de la ciudad. Un Casino cuyo propietario, el cínico y desalmado Willie Bank (un Al Pacino a punto del desmadre total), ha hecho una imperdonable jugada a uno de los suyos (un inmejorable Elliot Gould) que casi le acerca a las puertas de la muerte. La venganza es un plato que se come frío.

Si Ocean’s Eleven resultaba un entretenimiento más cercano a la Mission: Impossible de De Palma que al film original en el que se escudaba (La Cuadrilla de los Once), Ocean’s 13 apuesta por una estrategia más metódica y calculada, con menos piruetas circenses que en la primera. La acción no falta, aunque sea en pequeñas dosis. La fuerza de esta secuela reside ante todo en su guión, en sus controlados diálogos y en un montón de situaciones cómicas que nada tienen que envidiar a las de las grandes comedias. En este aspecto, su escena final en un aeropuerto, con el rostro de Andy Garcia asomando por un monitor de televisión, es una buena muestra de ello: una manera excelente de terminar un film excelente (y valga la redundancia).

Soderbergh recupera una manera de hacer cine que le aproxima a las entrañables cintas sobre grandes robos que se realizaron entre los 60 y 70. Su pulso narrativo, la mala leche que destila sobre la artificiosidad de una ciudad como Las Vegas y la fuerza de sus actores, priman sobre otros conceptos. De entre éstos, cabe destacar la presencia de una madura y aún atractiva Ellen Barkin (la mano derecha del oscuro Willie Bank) y la relevancia otorgada, en esta ocasión, al personaje del anciano Saul Bloom, interpretado por un modélico y destructor Carl Reiner (el que fuera director de esa gamberrada llamada Cliente Muerto No Paga), con el que recupera un papel que, en los anteriores capítulos, quedaba un tanto desdibujado. Incluso el soseras del Matt Damon -en su particular guiño a las artes del camuflaje exhibidas por el inspector Clouseau- tiene su coña.


El par de enfrentamientos verbales entre Clooney y Pacino -con algún que otro necesario guiño al gran Sinatra-, el sádico y cachondo tratamiento que hace sobre un gafado inspector de Hacienda, la obsesión de Danny Ocean por el programa televisivo de Oprah Winfrey y el celebrado chiste sobre el propietario de la casa Samsung, son algunos de los mejores momentos de una cinta prácticamente redonda. Un auto homenaje a su descalabrada entrega anterior, con Vincent Cassel como invitado estelar, es la manera que tiene el director de estampar su sello personal: un sutil modo de reivindicar un título vilipendiado por casi todos. Y es que a Soderbergh, uno de los pocos enfants terribles capaces de dinamitar Hollywood desde el mismo Hollywood (y, al mismo tiempo, respetándolo), siempre le ha encantado el concepto que abriga la palabra camarilla.

Ocean’s 13: un film tan trepidante como su rítmica banda sonora, la cual, debida a la maestría musical de David Holmes, consigue trasladar al espectador hasta Las Vegas de cuando las grandes orquestas arropaban al clan Sinatra al completo. Una delicia de comedia, sí señor. Diferente a la primera, pero con su mismo espíritu y en nada irreverente con ella.

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