
Aunque su título español pueda darlo a entender,
La Marca del Lobo, poco o nada tiene que ver con
La Marca del Hombre Lobo, esa entrañable
casposidad que, contando con la sempiterna presencia de
Paul Naschy (el licántropo hispano por antonomasia), dirigiera
Enrique López Eguiluz en 1968. El único paralelismo entre el film estrenado ahora (de título original
Blood and Chocolate) y el de
Jacinto Molina, es que ambos están protagonizados por hombres lobo. Y, en concreto, en el caso del que ahora nos ocupa, por una mujer loba. Una fémina sálvaje y sensual que, en el fondo, es lo mejor del producto orquestado, con capital norteamericano, por otra mujer, la alemana
Katja von Garnier.


La verdad es que, aparte de la presencia de la tentadora
Agnes Bruckner (una suculenta jovencita de 22 añitos, con reminiscencias físicas que recuerdan a
Maria Bello),
La Marca del Lobo no aporta ningún concepto nuevo a la extensa filmografía existente sobre el tema. Lejos del espíritu innovador del
Landis de
Un Hombre Lobo Americano en Londres y mucho más cercana a la olvidable secuela de ésta (
Un Hombre Lobo Americano en París),
Katja von Garnier toma prestado, un poco de aquí y otro poco de allá, para construir una historia de amor triangular con un toque a lo
Romeo y Julieta. La misma estética de
vídeo-clip utilizada en las dos entregas de
Underworld, demuestra que la película está dirigida preferentemente al público adolescente aunque, sin embargo y para contentar a los cinéfilos de cierta edad, se atreve con un (forzado) guiño a
El Malvado Zarov, uno de los pequeños clásicos del cine de horror nacidos de la
RKO de los años 30.
La loba
Vivien es guapa, muy guapa; no en vano está interpretada por la tal
Agnes Bruckner. Pero también es guapo, y un rato largo, el lobo
Gabriel, pues éste tiene las facciones y el cuerpo de
Olivier Martinez. Si a estos dos personajes les sumamos la presencia del también atractivo
Hugh Dancy -el tercero en discordia-, daremos con la combinación ideal para que, tanto ellas como ellos, se lo pasen en grande disfrutando con los avatares de un triángulo amoroso enfrentado por amor y por
especies. Y es que
Dancy -al que recientemente se le ha podido ver en la flojita
Disparando a Perros-, da vida a un norteamericano, dibujante de novelas gráficas, que viaja hasta la ciudad de Bucarest en busca de datos sobre licantropía. Según cuentan, en la capital rumana, existen cientos de leyendas en torno a una extensa comunidad de hombres lobo que aún sigue viviendo en el lugar.
Vivien conocerá casualmente a
Aiden (el personaje interpretado por el soseras del
Dancy).
Aiden, como es de esperar, se sentirá atraído por tan bella y
dulce figura (ya que, durante el día, la chica trabaja en una chocolatería). Y a ella le ocurrirá lo mismo con respecto a él. Amor a primera vista. Él no sabe que su chica está marcada por ese maleficio sobre el que está recabando información y ella, la muy picaruela, le esconderá sus verdaderas raíces con tal de no perderlo. El resto resulta excesivamente previsible, y más si se tiene en cuenta que
Gabriel, el jefe de toda la manada de
lupus búlgaros, estaba dispuesto a convertir a la cortejada
Vivien en su nueva compañera. Y es que para éste, el humano recién llegado al país. tan sólo significa un
cacho carne para alimentar a la hambrienta jauría que preside.
La Marca del Lobo, aparte de un
bonito tratado turístico sobre la ciudad de Bucarest (lleno de cuidadas fotografías de sus enclaves más visitados)
, abriga un desfile continuo de jovencitos y jovencitas ataviados con ropas de diseño. Una especie de pasarela lobuna en la que, de vez en cuando, hay una mínima explosión de violencia y acción. En definitiva: una muestra de cómo reciclar el cine fantástico en un catálogo de moda actual y perfumado con el aroma del mismísimo
Nenuco.

Es posible que esté errado en mi lectura, y que la realizadora alemana tan solo quisiera buscar la sencillez en la exposición de su trabajo. O, al menos, eso es lo que me induce a sospechar la falta casi total de efectos especiales en su postproducción; una carestía que, sin embargo, la distancia de las cintas a las que ha copiado.
Mi mujer, ante tales opiniones, dice que lo que ocurre es que me estoy haciendo viejo.
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