7.6.07

Alicia en el País de las Tinieblas

Parecía imposible que llegara a estrenarse en España Tideland, una de las películas más conflictivas y polémicas de Terry Gilliam. Pero, por suerte, llega ya a nuestras pantallas el producto del monty python norteamericano que, desde su pase por el Festival de San Sebastián, ha ido creando polémica por aquellos lugares en los que se ha proyectado. Y es que, tal y como dice su propio director, ante Tideland hay que tomar partido; o a favor o en contra de él. No hay termino medio ante un trabajo tan comprometido como éste. Debido a su particular estilo y a la crudeza con la que expone ciertos temas, difícilmente su visión pueda dejar indiferente a nadie.

La película, en un sentido muy concreto, guarda un claro y gran paralelismo con El Laberinto del Fauno ya que, al igual que Guillermo del Toro, Gilliam se ha centrado en el mundo infantil, plasmando en pantalla las surrealistas fantasías que acuden a la mente de una niña de 9 años cuando intenta evadirse del horror cotidiano que le ha tocado vivir.

Jeliza-Rose es el nombre de la pequeña imitadora de la Alicia de Lewis Carroll que protagoniza la cinta: una jovencita que ha crecido en medio de un ambiente infernal y que, criada por un par de yonquis, partirá en compañía de su padre, hacia tierras lejanas, tras la muerte de su madre por sobredosis de metadona. Adentrándose en esa árida América profunda, padre e hija se instalarán en el abandonado y solitario caserón propiedad de la que había sido su difunta abuela. Allí, aprovechando las interminables vacaciones de su padre, Jeliza-Rose ampliará su hermético universo de muñecas decapitas y jeringuillas, al establecer contacto con los peculiares habitantes de una mansión cercana.

Terry Gilliam, a través de ese mínimo argumento, orquesta un delirio visual en el que brujas, seres deformes, animales disecados y tiburones hambrientos rodearán los macabros juegos infantiles de Jeliza-Rose. Un provocador toque de humor negro y cierto regusto perverso por la escatología, son la clara signatura de un realizador al que le gusta deformar la realidad mediante grandes angulares y planos torcidos. Y allí, en el mismo epicentro de ese espectáculo dantesco y prohibido a los menores, brilla con luz propia Jodelle Ferland, la jovencita que, a través de un tour de force sobresaliente, da vida a la niña soñadora que ha ejercido de enfermera de sus padres durante demasiados años: una genial interpretación que incluso deja en paños menores a un Jeff Bridges inmenso (aunque rayano en el histrionismo).

Algunos catalogarán a Tideland como uno más de los desvaríos habituales (aunque magníficos) de su director. Pero, a mi parecer, caerán en un profundo error. Hay que acercarse a Tideland poco a poco, con cautela, dispuestos a leer con honestidad la propuesta de Gilliam pues, detrás de esos aparentes hachazos alucinógenos, se encuentra una gigantesca y dolorosa realidad que muchos se negarán a reconocer. Una realidad diaria y, por desgracia, muy cercana a todos; una de esas realidades que se quieren eliminar del mapa social esgrimiendo la batuta de la falsa moral que tanto viste en la actualidad. Y son precisamente los que practican esa doble (o falsa) moral, los que huirán raudos del cine a la media hora de haber empezado la proyección.

Una maravilla que llega a nuestro país con la engañosa etiqueta de incomprendida. Una cariñosa alabanza a la fortaleza psíquica de los más pequeños de la casa. Un film único y espléndido. Una provocación feroz y cruda ideal para despertar conciencias dormidas y ojos cerrados. Una verdadera obra de arte creada por un tipo valiente y cargado de ideas brillantes. En definitiva: un título difícil pero de visión obligatoria, aunque sea de los que remueven las entrañas.

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