12.6.07

Fantasías Animadas de Ayer y Hoy presentan: EL OTRO VIETNAM


Apocalypse Now y Platoon son una nimiedad absoluta al lado de un peliculón como Boinas Verdes. El otro día, en un claro acto de contrición, decidí fustigar mis neuronas con uno de los títulos más fascistoides y propagandísticos que jamás filmara El Duque. Y es que, a finales de los 60 y en plena Guerra del Vietnam, justo cuando más de medio planeta abogaba por la retirada de las tropas norteamericanas del lugar, con tantos hippies e izquierdosos melenudos pidiendo a gritos la finalización del conflicto, a John Wayne se le hincharon las narices. Allí estaba él, todo un hombretón, hecho y derecho, para honrar a su ejército y dejar constancia de lo perversos y sanguinarios que eran esos rojos de color amarillo.

Ni corto ni perezoso, aunque con la ayuda -en la realización- de Ray Kellogg y de un Mervin LeRoy que ni se atrevió a acreditarse, se embarcó en la alucinada cruzada de ensalzar su rancio patriotismo, defendiendo a capa y espada la férrea continuidad de los soldados yanquis en tierras vietnamitas. Vistos los resultados, el cowboy cinematográfico por excelencia, poco debería saber sobre la verdadera e infernal realidad que ocurría en el espeso frente de batalla pues, en la primera parte de Boinas Verdes, aparte de cargar con mala saña contra el comunismo y todo lo que oliera mínimamente a progresismo, orquestó un espectacular combate bélico, mucho más cercano a lo ocurrido en El Álamo que a la cruenta guerra de guerrillas que se organizó en ese país.

Y digo lo de primera parte porque, en Boinas Verdes, hay dos películas en una. En la primera, se encuentra el anteriormente citado acoso y derribo, por parte de los malditos kongs, a una desamparada base del ejército norteamericano, mientras que, en la segunda, Wayne y un seleccionado grupo de sus soldaditos, se apuntan a una misión ultrasecreta, en plan comando y en plena selva, para pillar a uno de los principales responsables de la guerrilla. Cine basura en estado puro. Demagogia histórica para levantar la moral de un país que no creía en esa guerra. El soldado yanqui, bueno y heroico; el guerrillero amarillo: un hijoputa de mucho cuidado, una bestia hambrienta a la que había que machacar. Todo un estereotipo patriotero y anticomunista en manos de un John Wayne más heroico y sacrificado que nunca; tanto que, incluso, se atrevió a vestir con una sospechosa prenda de color abutanado, muy a lo Guantánamo, a su presa amarilla más preciada.


No contento con dibujar al enemigo como un monstruo furibundo y despiadado, que sólo se cebaba con los niños y los militares más simpatiquillos y chistosos (tal y como sucede con el personaje de Jim Hutton), también coló, de manera sutil, algún que otro toque xenófobo a lo largo de la narración. El más claro de ellos lo suelta un boina verde de color, el cual, después de curarle una leve herida a una niña del Vietnam del Sur, y tras descubrir la mirada anhelante de la pequeña al ver ésta la medalla de otro soldado, acaba espetándole la siguiente frase a su colega: “es mujer... al fin y al cabo”. ¡Y lo dice un negro refiriéndose a una chinita! Un espeluznante cocktail de racismo y machismo para paladares poco refinados.

Tampoco podía faltar el obligado proceso de concienciación del tipo de izquierdas y defensor, a ultranza, de la retirada de las tropas. Ésta transformación recae sobre el periodista al que da vida David Jansen, un hombre que, tras mostrarse alterado ante el militarismo y la rabia exhibida por John Wayne antes de partir hacia el Vietnam, decide acompañarlo con la intención de calibrar -a fondo- su claro posicionamiento en contra de la guerra y exponer todo cuanto allí vea a sus lectores. Una vez en el frente, y después de haber conocido el sadismo y las malas artes empleadas por los kongs, decidirá alistarse en el ejército como voluntario. Él y su lettera portatil estaban totalmente equivocados. Y es que los rojos siempre han sido muy mal pensados.

Es de suponer que, gracias a una de las frases épicas del film, Francis Ford Coppola tuvo la genial idea de partida para iniciar la gesta de Apocalypse Now, uno de sus mejores títulos y, al mismo tiempo, la visión más lúcida y valiente sobre la psicotrónica permanencia de las tropas norteamericanas en Vietnam. Y es que, durante uno de los desplazamientos en helicóptero de los paracas al mando de El Duque, uno de ellos, ya con cierta experiencia anterior en el país, le asegura a su compañero de asiento que “el LSD, comparado con este viaje, es una humilde aspirina”. Tela marinera.

Suerte que, años después, algunos cineastas con una fiabilidad política más elevada que la del protagonista de La Diligencia, decidieron dar una visión más ecuánime y real de esa guerra y de las secuelas písiquicas y físicas que la misma dejó en sus participantes.

Y lo peor de todo es que la historia se repite... y se repite... y se repite...

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