El trabajo de Daves era meticulosamente reposado, aunque muy tenso. La mayor parte de su metraje transcurría entre las cuatro paredes de un hotel; una claustrofóbica habitación que servía de refugio a sus protagonista mientras esperaban la llegada de un tren que, con destino a Yuma, debía acercar al bandolero a prisión. Un toma y daca ingenioso y perverso entre los dos hombres, plagado de tentaciones y engaños, formaba parte de la fórmula (casi magistral) con la que se planteo su trama.
50 años más tarde, James Mangold recupera el mismo relato de Elmore Leonard que inspiró a Delmer Daves, aunque lleva la historia hacia una dimensión menos intimista. Con idéntico título, el director neoyorquino salva las (mínimas) deficiencias del film original y expande la narración hacia un plano más aventurero, sin renunciar por ello al excelente clima psicológico de la primera. Y, por si fuera poco, con su nuevo casting se muestra mucho más acertado y brillante.
Russell Crow, en la piel del malvado Ben Wade, ofrece mucha más credibilidad que Glenn Ford a la hora de representar a un personaje frío y cínico hasta la médula, mientras que Christian Bale (especializado, últimamente, en tipos amargados y depresivos) borda su rol encarnando a Dan Evans, un granjero tullido, al borde de la miseria y considerado como un cobarde por sus propios hijos.
Al igual que en el film de Daves, la detención de Wade tras el violento asalto a una diligencia, significará el pistoletazo de salida para que éste se aproxime a Evans, uno de los guardas accidentales que le acompañarán hasta el tren que ha de conducirlo a presidio. Un inicio que guarda mínimas diferencias con el de la primera versión pero que, sin embargo, define mejor a los dos individuos que medirán sus fuerzas durante un imprevisto y accidentado viaje. La crueldad y la bondad cara a cara; distanciándose y acercándose según soplen los vientos. No hay límites para el extraño vínculo nacido entre ambos... y mucho menos si, sobre uno de ellos, late la sospecha de ser un pusilánime.
Esa habitación de hotel que adoptaba gran parte del protagonismo en la visión de Daves, aquí toma una situación secundaria; mucho más anecdótica y pasajera pero no por ello insustancial. Mangold ha subido el grado de tensión y de violencia (tanto física como psíquica), ha reducido buena parte de la reiterativa pugna ideológica entre los dos personajes y, en su lugar, ha añadido una brillante parte central que no poseía el primer título. Un inserto trepidante en el que la aventura y la (obligada) camaradería que se crea entre ambos, dan una mayor entidad al necesario (y más moderado) pasaje de la habitación, rematándolo, al mismo tiempo, con un final distinto, mucho más lógico y acorde con los tiempos actuales.
Y, al igual que en los clásicos del género, El Tren de las 3:10 se destaca por contar entre sus filas con un buen número de imprescindibles secundarios, tal y como ocurre con Alan Tudyk, el joven Logan Lerman (hijo de Bale en el film) o un inolvidable y envejecido Peter Fonda; un Fonda que, por razones de parentesco y concordancia (léase Henry Fonda), le sirve a James Mangold para potenciar ese aspecto polvoriento (y dotado de numerosos primeros planos) con el que Sergio Leone adornó el ambiente de Hasta Que Llegó Su Hora, título con el que guarda ciertos puntos de contacto.
Un film sobrio y sorprendente, pensado con el corazón y filmado con las tripas. Un recomendable ejemplo de cómo afrontar un remake con dignidad y originalidad. En realidad, no es la primera vez que su director se enfrenta a una historia marcada claramente por la influencia de Solo Ante el Peligro. Ya en 1997, y gracias a Cop Land, nos obsequió con una magnífica lección de buen cine; un thriller radical que sacó lo mejor de Sly Stallone, su protagonista.
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