Situada a las antípodas de su popular Cinema Paradiso, La Desconocida camina por terrenos más resbaladizos y crudos. Deja a un lado la melaza que sutilmente desprendía en su brillante y exitoso homenaje al Séptimo Arte y se introduce de pleno en las entrañas del thriller más dantesco; un thriller cargado de tintes melodramáticos, capaz de destilar mala leche a raudales y con fuertes dosis de cine a lo Dario Argento y Alfred Hitchcock. Su escena inicial, en la cual varias mujeres desnudas y enmascaradas posan para alguien inconcreto, ya anuncia, a través de su morbosa estética y su frialdad escénica, que vamos a adentrarnos en una pesadilla de regusto amargo y marcada por la violencia de género.
Ennio Morricone se viste de Bernard Herrmann y, echando mano de un ejército de violines de fina catadura, puntúa con su inquietante música el agobio de esas escaleras circulares (y por momentos rocambolescas) por las que subirá y bajará, en numerosas ocasiones, su protagonista femenina. El de ella es un recorrido orquestado con la única finalidad de lograr un propósito que a algunos les parecerá oscuro e incluso inmoral. Pero todo es válido en su personal trayecto. Los efectos colaterales le importan un bledo. Y es que, para conseguir su objetivo, deberá salvar (y saldar) un montón de obstáculos.
Ella es Irena (excelente la composición que hace con su papel la actriz rusa Kseniya Rappoport), una mujer ucraniana, inmigrante en tierras italianas, que ha escapado de las mismísimas garras del diablo. En su fuga se ha hecho con un suculento botín monetario. Atrás, deja un mundo lleno de vejaciones y malos rollos. Ahora sólo queda recuperar aquello que le fue arrebatado... aunque su plan no es tan fácil como parecía a simple vista. El pasado suele interferirse, resultando en extremo molesto y doloroso.
Tornatore afila bien su cámara y su ingenio. Aprovecha el recorrido metódico, accidentado y emotivo de la desesperada Irena, para situar en la picota a la trata de blancas, a las mafias procedentes del este de Europa y a la despiadada adopción ilegal de niños. Y lo hace con energía, mediante un sinfín de flash-backs rápidos y escalofriantes; imágenes, todas ellas, que describen a la perfección el desconsuelo de una mujer dispuesta a todo con tal de borrar un ayer que le roba el sueño.
La Desconocida es un film que duele. Perturba y suelta verdades como puños, sin necesidad de recurrir a trasnochadas discursivas. Va al grano, arremetiendo con todo aquello que le estorba. La cuestión es extirpar cuanto antes la espina que Irena lleva clava en lo más hondo de su corazón. A veces, para ello, Tornatore hace trampa y juega demasiado con lo imposible. Pero, en este caso y debido a la contundencia de la propuesta, merece la pena desviar la mirada de cuantas truculencias y detalles no muy creíbles se escondan en su guión.
Y al final, para hacer más digeribles la cantidad de bofetadas que ha soltado a lo largo de la proyección, el director siciliano obsequia a la platea con un epílogo tierno y emotivo, de lo más dulce y sin caer en momento alguno en el maniqueísmo de la lágrima fácil. Un tipo inteligente el Tornatore.
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