Practicar la violencia por la violencia, sin ningún razón aparente, es un hecho que se constata día a día en las calles de este mundo en que nos ha tocado vivir. Y ello lo deja bien claro el realizador tejano cuando, basándose en un caso verídico ocurrido hace unos cuatro años en su país de origen, se aproxima a la noche infernal que sufrió una pareja durante lo que tenía que ser una velada romántica en la casa de verano propiedad de los padres de él; una vivienda solitaria y rodeada de árboles, justo en medio del bosque.
El tal Bertino (un nombre a tener en cuenta a partir de ahora) se toma su tiempo antes de poner en marcha el detonador. Con extrema tranquilidad presenta a sus dos protagonistas, Kristen y James, y nos aproxima al mal trago sentimental por el que están pasando. Su reposada (aunque tensa) narración, la tenue iluminación de interiores y una trabajada y escalofriante banda sonora, van situando al espectador en un claro estado de alerta. Algo fuerte va a suceder, cosa que se palpa gracias a la asfixiante atmósfera que ha ido creando de forma magistral y minuto a minuto.
La sabia utilización de la música, sumada a unos cuantos golpes soltados con los puños de un desconocido (¿o desconocida?) sobre la puerta principal de la morada, suponen sólo el principio de una imparable pesadilla en la que, sombras y caretas aterradoras, se unirán para terminar de descomponer a una pareja ya emotivamente tocada. Una muy peculiar noche que, sin ser la de Halloween, transmutará a una mayúscula e insuperable Liv Tyler en una doble de aquella jovencita Jaime Lee Curtis que, hace ahora justo 30 años, huía despavorida de las sangrientas cuchilladas de un sádico Michael Myers.
La sinrazón estalla porque ha de estallar; no hay vuelta de tuerca. La ilógica de la violencia empieza a campar en forma de siluetas encapuchadas. Disparos, hachazos, dolor... Un crescendo brutal, salpicado de rojo, que culminará con el nacimiento del nuevo día. Atrás quedan un par de botellas de champagne, un anillo de compromiso, un montón de pétalos de rosa y algún que otro paquete de cigarrillos por estrenar. Por delante, aún quedan más cuerpos con los que ensañarse a destajo. Aunque le sobre un innecesario plano a lo Carrie, el final no es más que otro principio.
Una manera distinta (y sin embargo clásica) de filmar el horror: poco a poco, sin prisas, igual que una muerte lenta y agónica, creando tensión a cada paso que da. Un ambiente enfermizo y terrorífico, capaz de potenciar al género hasta límites no muy explorados, jugando con lo manido aunque sin caer en el tópico ni resultar repetitivo; siempre en la frontera. Un producto altamente recomendable a todos aquellos que añoren al John Carpenter de hace unas cuantas décadas; igual que en las más angustiosas noches de Halloween, pero sin calabazas ni caramelos.
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