Tal y como retrata fielmente el film, se trataba de una radio puramente de evasión, en la que casi no existían boletines informativos, a no ser por los que cada hora (y controlados hasta el más mínimo detalle) emitía Radio Nacional y a los que, por decreta ley, debían de engancharse desde el resto de emisoras nacionales. Esto es lo que le ocurría, a mediados de los años 50, en Radio Madrid, ya por entonces de la SER y, por arte y gracia de Sáenz de Heredia, la protagonista y conductora de los tres relatos que componen Historias de la Radio.
Seriales, musicales y concursos, formaban parte de la programación de Radio Madrid, al igual que sucedía en el resto de compañías radiofónicas de la España franquista. Una radio convertida en la única agarradera para los habitantes de un país pobre y que aún arrastraba secuelas de la cruda posguerra; una radio al servicio de unos ciudadanos que se levantaban al toque de las clases de gimnasia matinales y se acostaban con los obligados programas religiosos de última hora.
Los espacios cara al público se convirtieron en los más populares de la década. Precisamente, sobre estos concursos, giran las tres historias de la que consta la cinta. Tres episodios que, sin renegar de un sano (y blanco) sentido del humor, rezumaban cierta moralina social y política y, ante todo, una fuerte carga de solidaridad y de espíritu de sacrificio.
Magníficos resultan los dos primeros de ellos. El que abre la película (sin lugar a dudas el más fresco de todos), protagonizado principalmente por los entrañables Pepe Isbert y Gustavo Re (con la colaboración incluida de gente como Tony Leblanc o José Orjas), mostraba la pugna entre dos hombres de edad avanzada que, disfrazados de esquimales y con la compañía de un perro, acudían raudos a los estudios de Radio Madrid tras oír, a través de las ondas radiofónicas, la llamada a presentarse a lo largo de un concurso vestidos de esa guisa. Al que llegara antes, le sería entregado un codiciado premio en metálico. Una overtura deliciosa antes de entrar en disquisiciones sociológicas más discutibles.
La segunda propuesta narra los avatares (en exceso moralistas y con una fuerte carga religiosa a cuestas) de un hombre desesperado que, justo en el momento en que está robando en el domicilio de su casero, atiende una llamada telefónica realizada, al azar y en directo, durante la retransmisión de un concurso radiofónico. Acudir al estudio y acreditar ser la misma persona que consta en la guía telefónica, son los dos únicos requisitos necesarios para ganar una considerable suma de dinero. Un sobresaliente Ángel de Andrés daba vida a ese individuo dispuesto a cambiar su ruinoso destino con un pequeño hurto.
Curiosamente Woody Allen, inició la espléndida Días de Radio con un gag calcado al anterior; un detalle éste que hizo correr ríos de tinta y comentarios de todo tipo sobre la posibilidad de que el realizador de Vicky Cristina Barcelona sacara la idea del guión urdido en 1955 por José Luis Sáenz de Heredia. Robado o no, las intenciones de cada uno de ellos fueron totalmente distintas: mientras el español aprovechaba para disertar sobre el arrepentimiento y el catolicismo, Allen (¡por suerte!) no cayó en ningún tipo de reflexión ética.
El toque coral y rural, tan típico de nuestra filmografía, también tenía su rinconcito en el corte que cerraba Historias de la Radio. En él, un niño enfermo con la oportunidad de salvar su vida sometiéndose a una operación quirúrgica en Suecia, se ve apoyado por la solidaridad de todos los vecinos de su pueblo. Entristecidos por no haber recaudado la cantidad suficiente para gestionarle el viaje, decidirán enviar al maestro de la aldea a concursar en el Doble o Nada de Radio Madrid. Los desaparecidos José Luis Ozores y Xan Das Bolas, vistiendo el primero una sotana y el segundo el uniforme de Guardia Civil, encarnaban, junto a otros grandes secundarios del cine español, a las fuerzas vivas de un país entristecido que sólo tenía en el cine y la radio sus únicas vías de escape (siempre que la censura lo permitiera)
A pesar de sus claras (y tendenciosas) intenciones políticas, Historias de la Radio ha quedado como un título clásico de una época en concreto. El oficio de sus actores y la virtuosa artesanía de Sáenz de Heredia tras la cámara, obraron el milagro. Hoy en día se ha de disfrutar como una obra de arte arcaica e irrepetible y, ¡cómo no!, como un tierno y bienintencionado tributo a aquellos que hicieron posible la fantasía de la radio en un tiempo imposible; una radio que, con sus lógicos cambios y avances, aún en la actualidad, sigue siendo tanto o más popular que entonces. Diez años después, el avispado Pedro Masó, contando con el mismo director y siguiendo un esquema argumental similar, produjo Historias de la Televisión.
De parte de Spaulding, reciban un fuerte beso en la frente todos los profesionales del mundo radiofónico (excepto ese cizañero insolente que trabaja en la COPE)
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