
Con sólo 63 años de edad, la semana pasada nos dejó
Eloy de la Iglesia, un cineasta criticado por muchos y alabado por otros, capaces éstos incluso de elevarlo a la categoría de director de culto. Ni tanto ni tan calvo, pues (bajo mi punto de vista) se trataba de un realizador irregular, valiente en sus propuestas aunque bastante chapucero tras la cámara, destacando más por su posición inconformista que por su propio cine. Algún que otro acierto y demasiadas (muchas) pifias marcaron su carrera como cineasta.
Militante del Partido Comunista desde los tiempos de su ilegalidad, enganchado a la heroína y con cierta tendencia por
la pluma, su cine acabó impregnándose de su propia personalidad. No hay ninguna película de
Eloy de la Iglesia en la que no predominen ciertas constantes. La ácida crítica social y política que vertía en sus productos le marcaron como un director valiente y arriesgado, pues títulos como
La Semana del Asesino o
Una Gota de Sangre Para Morir Amando fueron filmadas en plena dictadura. Ambas películas apuntaban hacia el cine de terror, muy en boga en la España de esos años, aunque tanto una como la otra rezumaban cierto posicionamiento izquierdista en sus respectivas propuestas.
La Semana del Asesino, con el tiempo, se ha convertido en un film de culto. La cinta rompía un tanto con el cine fantástico producido en nuestro país a principios de los 70 y se trataba de una variante más macabra y morbosa de su película anterior,
Nadie Oyó Gritar, una cinta de suspense coprotagonizada por una joven
Carmen Sevilla y la siempre loable (y olvidada)
Patthy Shepard (¿por qué nunca me cansaré de reivindicar a esta mujer de piel blacuzca, musa erótica de mi infancia?). Mientras en éste título narraba los temores de una mujer ante la posibilidad de tener como vecina a una asesina,
La Semana del Asesino se desmarca como un trabajo mucho más atípico, original e interesante y, al mismo tiempo, como un claro precedente del cine sobre asesinos múltiples. Incluso podría afirmarse que tras él se esconde el claro y extraño antecedente de
Henry, Retratro de un Asesino, aunque en versión cañí y cutrona, en la que los barrios suburbiales cobraron un protagonismo especial en forma de escenario ideal para la tétrica historia ideada por el propio
de la Iglesia y
Antonio Fos (su coguionista); barrios similares en los que, años más tarde,
Almodóvar montaría sus cámaras para filmar productos como
¿Qué He Hecho Yo Para Merecer Esto? . En ella,
Vicente Parra (asimismo productor de la cinta) interpretaba a un solitario personaje que, tras un incidente fortuito con un taxista, inicia una imparable carrera como asesino, matando a cuantos se cruzan en su vida durante una semana cruda y sangrienta. Amontonando los cadáveres en la chabola en la que habita, decidirá deshacerse de ellos de una manera peculiar y un pelín guarrona, pues utilizará la maquinaria de la fábrica en la que trabaja para convertir a los fiambres en caldo para el consumo humano.
La película protagonizada por
Vicente Parra (ese actor al que, según
José Luis Coll,
parece que no pasen los anos por él) ya desvelaba una de las constante más claras en el universo de
Eloy de la Iglesia: el de la homosexualidad. La relación que se crea entre un debutante
Eusebio Poncela y el propio
Parra posee un punto gay mucho más que insinuado, aunque nunca mostrado claramente debido a la censura imperante a principios de los 70.

Dos años después intentaría repetir el mismo éxito, de nuevo con
Vicente Parra y
Carmen Sevilla, con
Nadie Oyó Gritar, una cinta de características similares a la anterior aunque con un arriesgado toque a lo
Alfred Hitchcock. En esa ocasión no tuvo tanta suerte ya que, vista hoy en día, se acerca más al cine basura y casposo típico de esos años que a la filmografía de
don Alfredo. Digamos que se trataba de una especia de
giallo con acento castizo.

Oportunista como el primero, en 1973 estrenó
Una Gota de Sangre Para Morir Amando. La película era un repicado hispano de algunos de los tics y tópicos volcados dos años antes por
Kubrick en
La Naranja Mecánica, repitiendo casi foto a foto la famosa escena en la que un grupo de delincuentes penetra en el interior de un domicilio futurista y asesina brutalmente a los integrantes de una familia. Un psiquiatra que experimenta con avanzados métodos para expulsar la violencia de la mente de los facinerosos, una
serial killer con el rostro de una ajada
Sue Lyon y
Chris Mitchum con moto incluida y reconvertido en quincorro, se encargaron del resto.

El sexo y la violencia siguieron marcando el cine de
de la Iglesia hasta que en 1975 realizó
Los Placeres Ocultos, uno de los primeros films españoles en los que se trataba el tema de la homosexualidad de manera abierta y sin tapujos y en la que se mostraba la relación clandestina mantenida por un hombre de bien con un joven chapero. A partir de este título, su cine se vería marcado, de manera obsesiva, por el mismo tema, llegando incluso a dirigir, en plena época de la transición, una película de características similares,
El Diputado, en la que
José Sacristán, un diputado comunista del Parlamento Español, arriesgaba su carrera política con sus constantes y numerosas aventuras con jóvenes mancebos. Antes de éste film, y haciendo gala de su estilo provocativo y transgresor, se enfrascó en una historia de zoofilia con
La Criatura y arremetió contra los miembros de la Iglesia y sus devaneos sexuales desde
El Sacerdote.

A partir de los 80 extiende sus temas habituales al mundo de la delincuencia y la marginación social, consiguiendo uno de los éxitos más sonados de su carrera con
El Pico, título en el que narraba el enfrentamiento de un joven heroinómano con su propio padre, un Guardia Civil enviado al convulso Bilbao de esos años. Tal fue la buena acogida del público ante esta arriesgada propuesta que, años después, regresó con una segunda entrega,
El Pico 2, ambientada en su mayor parte en la sordidez fría y hermética de un centro penitenciario. Ambos productos, a pesar de su pésima realización, acabaron convirtiéndose en los dos productos más populares del director, siendo realizados a partir de la obsesión de éste por retratar el mundo de la delincuencia y la inseguridad ciudadana, temas ya abordados con anterioridad en
Miedo A Salir de Noche,
Navajeros y
Colegas, película ésta protagonizada por
Rosario Flores y su desaparecido hermano
Antonio.
Otra Vuelta de Tuerca -una pésima adaptación de la novela de
Henry James protagonizada por un desaborido
Pedro Mari Sánchez-, significó uno de los mayores fracasos comerciales de su carrera. Ni siquiera
La Estanquera de Vallecas -una pésima comedia esperpéntica en la que se mezclaban, sin ton ni son, sus constantes habituales- le rescató de su bache creativo.

La muerte por sobredosis de
José Luis Manzano (su actor fetiche por excelencia), cierta desazón por su oficio y la debilidad de su enfermizo cuerpo, le alejaron durante casi quince años del mundo del cine, regresando al mismo en el 2003 con
Los Novios Búlgaros, otra cansina revisitación de
Los Placeres Ocultos y
El Diputado, en la que un cuarentón homosexual empezará a relacionarse con un joven búlgaro recién llegado a España. Más de lo mismo.

El otro día nos dejó, pero nos queda su obra. Una obra a reivindicar por la valentía que demostró al afrontar ciertos temas tabús en una época delicada. Una obra interesante, más por su postura transgresora que por su validez cinematográfica. Una obra excesivamente reiterativa de la que sería necesario (y casi obligatorio) rescatar
La Semana del Asesino y la primera entrega de
El Pico.
Eloy de la Iglesia: descanse en paz...
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