Ola de Crímenes, Ola de Risas: un delirante título español para Crimewave, el segundo largometraje del hoy reputado Sam Raimi. Filmado cuatro años después de la interesante Posesión Infernal, se trata de un film extraño y fallido.
Crimewave quiere ser mucho y no es nada. Con su apariencia de thriller estrambótico, se acerca un tanto a las coordenadas de la excelente ¡Jo, Qué Noche! de Scorsese, película curiosamente realizada el mismo año. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? Tanto en una como en la otra, la acción transcurre en una sola noche. Una noche delirante en la que un inocente acabará convirtiéndose en el centro de un sinfín de malentendidos, complots y asesinatos.
Faron Crush, el bobalicón protagonista de Crimewave, está tan implicado en la trama que, pocos minutos antes de su ejecución y a través de un largo flash-back, contará a los guardianas y al verdugo de la penitenciaria los sucesos que le llevaron a estar sentado en la silla eléctrica. El eterno falso culpable del cine de Hitchcock revisitado por la visión deformante de Raimi y la de sus dos coguionistas, Joel y Etan Coen quienes, aparte del guión, aportaron al trabajo su particular óptica visual.
Cuando se estrenó en España me sorprendió de manera grata. Esa especie de mutación entre el cine del triunvirato ZAZ (Aterriza Como Puedas y similares) y el Cliente Muerto No Paga de Carl Reiner tenía su gracia. De todos modos, el otro día, repasándola 20 años después, tuve problemas para soportarla de cabo a rabo. No aguanta en lo más mínimo el paso del tiempo, empezando por su alarmante vacío argumental y continuando con el error de contar, para el papel principal, con Paul L. Smith, un actor con muy pocos recursos interpretativos que, en la creación del tontorrón Crush, optó por apayasarlo hasta extremos innecesarios.
El aire astracanado que domina todo el metraje puede ser debido, posiblemente, al intento de Raimi por homenajear a los cartoons más sangrantes de la Warner: la infantil y brusca manera de afrontar la violencia y la caracaturización excesiva de ciertos personajes así lo demuestran. Lo que podría haberse convertido en un acierto, por su uso y abuso, acaba resultando un error. La pareja de asesinos profesionales -escudados tras una inexistente empresa destinada a la exterminación de todo tipo de bichejos-, está tan exagerada en su caricaturización que rompe todo atisbo de ingeniosidad (los hermanos Malasombra venían a mi cabeza cada vez que asomaba en pantalla uno de los dos sicarios).
Un cúmulo de gags, sin prácticamente guión alguno y con varios guiños cinéfilos de lo más forzados, conforman la tónica dominante de Crimewave. Ni siquiera el estimable Bruce Campbell (el actor fetiche del realizador) supo mantener su digno nivel habitual, ya que su composición de chuloputas se ha convertido en una de las actuaciones menos inspiradas y cargantes del actor. Olvidable al cien por cien. Una lástima, pues esa equívoca interpretación marcó en parte su declive cinematográfico.
Curiosamente, éste es un título que entronca más con la filmografía posterior de los Coen que con la del propio Sam Raimi, a pesar de que sus nombres han ido ligados en muchas ocasiones. Igual que también me atrevería a afirmar que Crimewave es, sin lugar a dudas, la peor de sus películas. Incluso el peculiar e “innovador” manejo de la cámara ha acabado resultando un tanto pedantillo. Y es que la serie B, para ser buena, no necesita demasiado maquillaje. Sólo el justo y necesario.
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