En su día, cuando allá por los 70 estalló la moda del cunfú, vi por imposición de mis amigos alguna que otra película de Bruce Lee, pues ese es un género que siempre me la ha traido bastante floja. Tengo un vago y confuso recuerdo de títulos emblemáticos como Kárate a Muerte en Bangkok u Operación Dragón, aunque de ellos guardaba una impresión bastante más seria de la que ayer tuve visionando El Furor del Dragón.
Es innegable que la imagen de Bruce Lee, como icono cinematográfico, funciona a las mil maravillas. Al igual que otros mitos del Séptimo Arte, su prematura muerte – acaecida en extrañas circunstancias-, ayudó aún más a crear una estela que ha ido acrecentándose de generación en generación. Y El Furor del Dragón entra de lleno en esa mítica un tanto morbosilla y cinéfila, ya que es el primer y último film dirigido, escrito, coreografiado e interpretado por el propio actor.
La historia es muy simple, tanto o más que la propia película. Bien podría haber sido un western o una de samuráis legendarios, pues trata un tema reiterativo en ambos géneros: el de un grupo de inocentes que se ve presionado y maltratado por una banda de sicarios sin escrúpulos. Los buenos son la propietaria y los trabajadores de un restaurante chino ubicado en el centro de Roma, en el mismo Trastevere; los malos, un especulador y su caterva de sanguinarios asesinos. Tampoco es que queden muy claros los motivos por los cuales el malvado quiere alejarles del local. Se supone que es por una cuestión de “aquí estoy yo” o de extorsión “por mis cojones”. En realidad, ésto es lo de menos. La cosa está en que el rufián los amenaza mucho y, de vez en cuando, les rompe unas cuantas estanterías en la cabezota, ahuyentando de este modo a los posibles clientes que entran en busca de un plato de arroz cuatro delicias o un poco de cerdo agridulce.
Tantas vajillas llevan rotas que, ante la imposibilidad de plantar cara al bellaco, decidirán solicitar la ayuda de Tang Lung, un primo de la propietaria que reside en una pequeña aldea de Hong Kong y cuya única valía radica en sus habilidades en el arte del cunfú, ya que el chico -a pesar de ser el propio Bruce Lee- no demuestra tener muchas luces. Éste, ni corto ni perezoso, se desplazará hasta la capital romana con la intención de proteger a su familiar y, al mismo tiempo, darles unos cuantos sopapos a los botarates que le están molestando.
La llegada de nuestro héroe a la terminal aéra romana es impresionante, única e irrepetible. Mientras espera el equipaje, sufrirá unos cuantos retortijones estomacales; unos retortijones de esos sonoros (puro sensurround) que dejarán estupefacta a la sorprendida dama situada a su vera. Con posterioridad, Tang Lung (para los amigos más conocido como El Dragón) acabará aliviando sus gases gracias a unas cuantas ventosidades expelidas en el excusado del aeropuerto. El desconocimiento total de la lengua italiana (inglés en el original) le obligará, en un restaurante, a comer accidentalmente cuatro gigantescos platos de sopa, lo cual le provocará un nuevo ataque de gases del que se librará, de nuevo, encerrándose en otro lavabo.
Hasta este punto, ignoraba si me encontraba en realidad ante una comedia de un emulo cantonés de Louis de Funes o ante una película de artes marciales protagonizada por el idolatrado Bruce Lee. Entre payasadas, retortijones y su peculiar banda sonora -copiando con descaro los acordes del The Pink Panther de Mancini-, El Furor del Dragón me tenía desconcertado. De todos modos, tras este inusitado inicio, lo que seguía me indicó con claridad las pretensiones del actor como realizador: estoy seguro que ese hombre amarillo, bajito y musculoso, a pesar de ser capaz de mover sus omoplatos como si estuviera a punto de alzar el vuelo, era en el fondo un fan en toda regla de don PacoMartínezSoria y La Ciudad No Es Para Mí, pues los problemas de adaptación de un pueblerino chino en una gran ciudad como Roma (incluidas un par de visitas más a otras letrinas), se traga más de media hora de metraje. Entre diarreas, pedos y chistes tontos, Bruce Lee resuelve la primera parte de su película
Ni el inspector Clouseau ni las esperadas hostias asoman por ninguna parte (¿El Furor del Cagón o El Furor del Dragón?). Mucha postalita turística de Roma, adornando los paseos urbanos de Lung (ventosidades incluidas) y su prima asiática, pero poco más. De golpe y porrazo, la cinta da un brusco giro y Bruce Lee deja las gansas a un lado y se pone su camiseta-paleta (negra o blanca, tanto da) o, en su lugar, se queda sencillamente con el torso desnudo (en claro homenaje a los desnudos frontales de Charlton Heston). Y es entonces cuando empieza a soltar sopapos a diestro y siniestro. Y patadones, muchos patadones. Un sin parar, vaya. Primero a los suyos, a los camareros del local, con la intención de demostrarles lo que vale un peine, al tiempo que con su cunfú desacredita el arte del kárate. Después, cuando ha espabilado a éstos, se dedicará a hincharles los morros a los esbirros rompe-estanterías hasta ponerlos a tono. Tal será la furia con que tratará a sus enemigos, que el jefe de ellos (una especie de Eugenio, el desaparecido humorista catalán) ordenará a su subordinado más directo acabar con la vida del forastero gastroenterítico.
El susodicho subordinado (un estrambótico chino sarasa, con la cara de Barragán y disfrazado de Cantinflas) pondrá manos a la obra. Para ello, realizará un par de llamadas telefónicas en busca de un francotirador miope y de un par de expertos luchadores de cunfú: uno chino y el otro europeo. El primero no verá tres en un burro a la hora de ejecutar al Dragón y se equivocará en el momento de volarle la cabeza. Los dos segundos, picados en su orgullo, tan sólo se dedicarán a darse coscorrones entre ellos. El Gang del Chicharrón.
La única solución para eliminar al pueblerino peleón se encuentra en Colt, un campeón norteamericano de cunfú: un tipo cerebral y dotado de instintos asesinos que, interpretado por un debutante Chuck Norris, viajará desde los EE.UU. a Italia para poner a caldo al mismísimo Bruce Lee. Una encerrona de tebeo, organizada por Eugenio y Cantinflas, harán que Dragón y Colt se enfrenten en un combate a vida o muerte en el Coliseo Romano.
Una escena cumbre y mítica que, por motivos inexplicables, ha pasado a la historia del cine. Un cocktail explosivo: Bruce Lee, Chuck Norris, el Coliseo y un gatito que pasaba por ahí. ¿Quién da más? Bueno, lo del Coliseo tiene tela. Aparte de un par de planos exteriores en los que se observan a los dos actores apostados en el lugar, toda la lucha está filmada en estudio: al fondo, unos decorados de lona en los cuales, además de mostrarnos las arrugas de la tela, se estamparon distintos motivos del monumental circo romano; delante de las pinturejas, el cantonés y el yanqui. Cara a Cara. Hostia va, hostia viene. Dolorosas, muy dolorosas. Y sonoras; extremadamente sonoras. Y mientras, el gato mirando la refriega. Un espectáculo en el que Bruce Lee se monta cuarenta y siete mil posturitas distintas: contrae los músculos de todo su cuerpo, gime como un mono histérico y le arrea una sarta de pescozones al Norris que me lo deja para el arrastre... ¡Vaya debut el del Norris!
Y El Dragón se adecenta un poco, le da un beso a su primita y regresa a su tierra. La ciudad no es para él. Él es un chico sencillo y con pocas complicaciones: le va el ganado, el maíz, el arroz y darse de tortas con los mozos de su pueblo. Una gran ciudad como Roma le provoca desarreglos estomacales.
Me he quedado con la boca abierta. Desde ayer tarde, momento en el que vi esta monumental película, no puedo cambiar de posición. Las moscas penetran en mi interior como Pedro por su casa. Ha sido tal el colapso que estoy tentado de repasar en su integridad toda la filmografía de Bruce Lee para después poder renegar de los grandes clásicos del cine. Algo está cambiando en mí... Y es que tengo unas ganas de liarme a hostias con el primero que pase...
No me extrañaría que alguien, enfurruñado tras ver tan magna obra, buscará a Bruce Lee y, tras encontrale, le emborrachara, drogara y asesinara con la malsana intención de acabar con su prometedora carrera como director. A veces, como en esta ocasión, revisar una película como El Furor del Dragón puede llegar a desvelar los enigmas que se esconden tras una de esas muertes acaecidas en extrañas circunstancias. Y es que no es para menos...
6 comentarios:
Eres un gilippllas tío no tienes ni punta idea cunfu? Tonto escribe bien por lo menos
Jajaja, comentario original donde los haya, y lapidario, eso seguro.
Lo cierto es que, el guión es un mero recurso para las kunfutadas.
No es una joya, eso está claro, pero el tio pega buenos piñazos, y..., a quien no le gusta una torta en cara ajena de vez en cuando.
Soy fan de Bruce lee desde hace mucho tiempo, pero he de reconocer que me he reído un montón con esta entrada, lo del chino sarasa con cara de Barragán y vestido de cantinflas me ha echo descojonarme por un buen rato, entre otras cosas.
Quien escribio esta reseña? Critica? Confundes kung fu con el karate de colt? No tomas en cuenta aspectos poaitivos? Quieres sonar sarcastico? Te imagino igualito al hombre gordo que vende comics en los Simpson
No tienes ni idea. La película es una joya del género de las artes marciales. No puedes hacer una crítica desde el mero punto de vista cinematográfico. En fi, normal que no vivas de eso y escribas en un una mierda de blog.
Saludos.
Jajajajaja genial!! Me ha gustado mucho tu explicación de la peli! Ahora tengo más ganas de verla
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