Y es que Labios Ardientes, siendo un producto mesurado y compacto, también tiene su parte de descontrol y desmelene. La historia, en muchos aspectos, resulta completamente amoral. En ella hay sexo, perversiones, mujeres fatales y cinismo. Mucho cinismo. Harry Madox, su personaje principal, es un tipo sin pasado; y si lo tiene, es demasiado oscuro y sucio como para desvelarlo a los demás. Huyendo de sí mismo, buscará refugio en un pequeño pueblo de Texas, lugar en el que se empleará como vendedor en un negocio de automóviles de ocasión. Sus pretensiones van mucho más allá de su nuevo trabajo. Su punto de mira apunta hacia el único banco de la localidad y hacia las dos mujeres que le rodean a diario: Dolly, la calentorra esposa de su nuevo jefe y Gloria, una joven de buen ver que ejerce de secretaria en su misma empresa.
Con Dolly y Gloria crea la eterna dualidad; el enfrentamiento cinematográfico (y humano) por excelencia. Dolly es la maldad personificada, mientras que Gloria representa la bondad. El bien y el mal en forma de tentadoras féminas. Con la primera, Harry desbravará sus más bajos instintos, mientras que con la segunda buscará otras sensaciones más allá del sexo.
Labios Ardientes, un film que, basado en la novela Hell Hath No Fury de Charles Williams, rompe en parte con la filmografía anterior como realizador de Hopper. Y digo en parte porque, en el fondo, continúa siendo fiel a su estilo más corrosivo y punzante, aunque limando impurezas y evitando caer en exageraciones innecesarias. Siempre al límite, pero conservando una formalidad insospechada en él. Tan insospechada que incluso, a través del personaje de la pérfida Dolly, recrea a la perfección aquella escena de Psicosis en la que Marion Crane (aka Janeth Leigh) conduce su automóvil en solitario, sintiendo en todo momento la inquietante presencia de un policía a sus espaldas. Falta la genial música de Bernard Herrmann: en su lugar apuesta, de manera acertada, por la fuerza de John Lee Hooker y por una extensa selección de viejos blues, dejando el score original en manos de un Jack Nitzsche capaz de amoldarse a la personalidad de ese género musical. Nada mejor que ello para envolver la atmósfera de un producto caliente (muy caliente) y cargado de mala leche.
En Labios Ardientes no hay cabos sueltos, ni concesiones al cine Made in Hollywood más estandarizado. Sin estar dotada de un final tremendista, se trata de un final inesperado. Inesperado pero lógico al cien por cien. Sin moralina alguna, a pesar de que deja muy claro que cada uno tiene lo que se merece. Quien juega con fuego, se quema.
Nora Tyson y Charles Williams urdieron un sólido guión que Hopper supo aprovechar al máximo, tanto en su sobria, calurosa y atemporal puesta en escena como en la dirección de actores. En contra de todo pronóstico Don Johnson, el descafeinado “Sonny” Crockett de Miami Vice, fue el intérprete ideal para dar vida a Harry Madox, consiguiendo con ello uno de sus mejores trabajos para la pantalla grande. Lo de Virginia Madsen y Jennifer Connelly es otro cantar. Madsen riza el rizo como femme fatale: la tentadora manzana de Adán, el fruto prohibido, la Veronica Lake de los 90; sexo en estado puro. Y Connelly... pues eso... Jennifer Connely; sobran las palabras: la seducción de la pureza, de rostro angelical y formas apetecibles.
A nadie le amarga un dulce: las dos mujeres son como un par de acarameladas frutas con sabores diferentes. Y Labios Ardientes, más que un dulce es un bombón. Si no la han visto nunca, descúbranla ahora mismo. No les va a defraudar.
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