Ellos son sospechosos habituales, del primero al último, empezando por Emmerich, el respetado abogado y, en realidad, el más perverso de todos. Los seis habitan en la misma jungla, la ciudad de Lexington (Kentucky, USA): La Jungla de Asfalto, tal y como bautizó John Huston a su criatura. Una selva dura, gris y oscura, fría como el acero. El nexo de unión entre ellos será Riedenschneider, el cerebral exconvicto, un as en coordinar robos millonarios, como el que quiere perpetrar a una importante joyería de la ciudad. Todos sus hombres, contratados a través de los contactos del ponzoñoso “Cobby" Coob, estarán dispuestos a lo que sea con el fin de conseguir una buena parte del botín, aunque para ello tengan que depender directamente de los nada fiables tejemanejes del corrupto letrado.
John Huston, con La Jungla de Asfalto, bordó uno de los títulos más emblemáticos del cine negro, incidiendo en uno de los aspectos que más le interesaban: el del angustioso retrato de un grupo de perdedores tras los que se escondía una inevitable aureola de connotaciones trágicas. Su filmografía está sembrada de gente sin futuro; gente a la que, como en este caso, enmarcó en una fotografía dominada por los contraluces y la oscuridad y que son resaltados, en varias ocasiones, por las amenazantes sombras de barrotes metálicos (tal y como ocurre en la escena del robo nocturno a la joyería). Entre el trullo y esa fotografía, muy pocas diferencias se descubren. Pura carne de presidio.
Seguramente, sin La Jungla de Asfalto no existiría Atraco Perfecto. Ambas películas tienen puntos de conexión similares, siendo la presencia de un magnífico Sterling Hayden el principal de ellos. Mientras en el film de Kubrick interpretaba a la cabeza visible de un grupo de atracadores, en el de Huston se ve relegado a dar vida a un elemento más secundario dentro de la banda, el del pistolero Dix Hanley, un tipo de buen corazón que se ve abocado a delinquir por culpa de las circunstancias y que, poco a poco, se irá transformando en el alma mater del film. Un personaje que ansía huir de una ciudad asfixiante para regresar a la luz solar de su pueblo natal y descansar en compañía de los caballos de su padre.
Tras el mimético y pulcro Riedenschneider se esconde otro de los personajes clave: el inolvidable Sam Jaffe (el eterno Gunga Din) compone con una brillantez exquisita al citado alemán, un ser honesto en su retorcido "oficio" pero por cuya menta jamás cabría el concepto de la palabra traición. Si a éste le sumamos la aparición del entrañable James Whitmore (Gus, el amigo de Dix), junto con la más fugaz del dinamitero Brannom, habremos completado la parte más agradable de la banda. Y es que Huston era único a la hora de hacer simpáticos a ciertos tipejos con tendencias un tanto sospechosas. Tendencias que, por otra parte, se acaban adquiriendo cuando la vida le señala a uno como a un perdedor nato. Sólo se trata de supervivencia, al precio que sea.
La Jungla de Asfalto es una película tensa, llena de traidores y traicionados y plagada de momentos inolvidables, como el de la citada escena en la que se realiza el robo a la caja fuerte de la joyería. Una escena en la que el silencio se erige en principal protagonista y que es roto, de vez en cuando, por el ruido de varias sirenas policiales que se aproximan al lugar del crimen. Un momento cargado de buen cine, de ese que queda para siempre retenido en la memoria. Y ello sin recurrir a los tópicos planos sincopados de los coches de policía llegando al lugar, tal y como se hubiera resuelto hoy en día. Los automóviles casi ni se ven: sólo se oyen, se intuyen. Y Huston, sin sacar la cámara del interior de una joyería en penumbras, consigue transmitir la misma sensación de pánico e inseguridad al espectador que la que sufren sus protagonistas: no ven, pero oyen (y huelen) demasiado el peligro. Y eso solo lo consiguen los grandes; Huston era uno de ellos.

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