8.2.07
De la fuerza de James Brown a la ñoñería de Whitney Houston
Dreamgirls es la película con más nominaciones al Oscar de este año, aunque ninguna de ellas (¡por suerte!) está destinada a mejor película o mejor dirección. A pesar de haber obtenido el Globo de Oro a Mejor Musical, no es de extrañar que, en sus opciones al Oscar, no figuren ciertas categorías pues, en realidad, se trata de un producto correctillo, sin más, pero demasiado almibarado en muchos aspectos, sobre todo en lo que hace referencia a su parte final, en la que se decanta por la melaza más empalagosa y atreviéndose, incluso, a variarlo y suavizarlo respecto al libreto original escrito por Tom Eyen y Henry Kriegen.
De hecho, Dreamgirls está basada en una obra teatral que, en los años 80, gozó de cierta repercusión en los escenarios de Broadway y que, de manera bastante libre, se inspiró en la trayectoria de uno de los grupos musicales femeninos con más repercusión en los años 60, The Supremes, aquel que fuera capitaneado, durante una larga temporada, por Diana Ross; una Diana Ross que –al menos en su versión cinematográfica- queda bastante mal parada, a pesar de que se le ha cambiado su nombre por el de Deena Jones. Según cuentan, la cantante nunca ha dado su opinión sobre Dreamgirls (tanto en cine como en teatro), pues asegura que ella no se siente en absoluto identificada con ese personaje ficticio, renegando de la historia que plasma el musical.
Bill Condon, el realizador de Kinsey y la estupenda Dioses y Monstruos, ha sido el encargado de trasladarlo a la pantalla grande, centrándose, ante todo, en la rivalidad creada entre la primera líder de The Supremes, Florence Ballard (Effie White en el film) y Diana Ross, así como en el conflicto personal y sentimental entre ellas y Berry Gordy Jr., su descubridor, mánager y, al mismo tiempo, fundador de la mítica discográfica Motown y que, en el largometraje, aparecen bajo el nombre de Curtis Taylor Jr. y Rainbown Records respectivamente. Para su adaptación, Condon ha intentado, a medias, huir del clásico (y a veces ridículo) esquema del musical made in Hollywood; aquel estándar en el que sus protagonistas se ponían a cantar, de manera inesperada, en medio de un supermercado o en un vagón de metro, teniendo siempre a punto una orquesta para acompañar sus bemoles. Y digo que sólo lo ha logrado a medias ya que, en un par de ocasiones, utiliza ese recurso, aunque sin abusar de él (cosa que sí ocurría en la versión teatral) y con la intención de reforzar aún más las situaciones dramáticas del film.
Lo mejor de Dreamgirls se encuentra en su parte inicial. En ella, mediante un ritmo frenético y un brillante montaje, se dedica a presentar a los protagonistas principales de la trama que, en definitiva, quedan reducidos a cuatro, pues el resto de personajes están totalmente desdibujados, empezando por la presencia casi fantasmagórica de Lorrell Robinson, la tercera de las chicas que componen el trío. Es así como las citadas Deena Jones y Effie White (esta última, la solista inicial del grupo The Dreamettes), cobran una especial relevancia que se ve secundada –casi en exclusiva- por Curtis Taylor Jr. -el teórico descubridor del talento de las chicas- y James “Thunder” Early, un cantante frenético y acelerado que se inspira en tres estrellas del soul de la época: James Brown, Marvin Gaye y Jackie Wilson.
Un desconocido y excelente Eddie Murphy (sin lugar a dudas lo más resaltable del film) es, precisamente, el descontrolado James “Thunder” Early. Una interpretación modélica, sin histrionismos de ningún tipo, que retrata a la perfección a un tipo engreído y triunfador que, tras ver desaparecer el éxito de su vida, caerá en un pozo negro absorbido por el poder hipnótico de las drogas. Una sola mirada del actor (llena de emociones y sentimientos), justo en el momento en el que un hermano le recrimina su adicción antes de meterse un pico, sería más que suficiente para que el próximo día 25 alcance la estatuilla dorada. Y es que Murphy, a pesar del poco tiempo que permanece en pantalla, acaba convirtiéndose en la mayor atracción de Dreamgirls, ya que el resto de actuaciones resultan excesivamente planas. La única que podría hacerle un poco de sombra es Jennifer Hudson, la joven debutante que afronta el papel de la rival más directa de Deena, ya que ni la sosería innata de Beyoncé Knowles ni la sobreactuación de un inaguantable Jamie Foxx merecen especial atención.
Cuatro números musicales perfectamente filmados y orquestados, su dirección escenográfica, la destrucción del mito creado alrededor de Diana Ross (por mucho que le pese a Michael Jackson), la maravillosa creación interpretativa de Murphy y la mala leche que vierte sobre el creador de la Motown, conforman la parte más positiva de un producto irregular (y demasiado alargado) que, pasada su media hora inicial, empieza a ir de capa caída, tanto en el aspecto narrativo como en el musical; sobre todo en el musical, ya que el enfebrecido ritmo del soul con el qua se abre la película da paso, a marchas forzadas, a esas melodías descafeinadas muy al estilo de Whitney Houston (cantante a la que, curiosamente, estuvieron a punto de ofrecerle el rol de Deena). Una penita de música, créanme.
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