De un tiempo a esta parte, a Lasse Hallström no hay
por donde pillarlo. El cine del realizador sueco, que empezó pisando fuerte y
consiguiendo algunos títulos ciertamente remarcables (Mi Vida Como un Perro o
Las Normas de la Casa de la Sidra son dos buenos ejemplos de ello), se está
convirtiendo en algo no apto para diabéticos. Es tanta la melaza que destila en
sus últimos trabajos que se está convirtiendo en un cineasta prohibitivo; vomitivo. Un Lugar Donde Refugiarse, su nuevo film, no es más que una soberana sobredosis
de azúcar.
Producida por el escritor Nicholas Sparks (el mismo
de otras atrocidades almibaradas como Querido John, Noches de Tormenta o
Mensaje en una Botella) y basándose en su propia novela, Un Lugar Donde
Refugiarse no es más que un producto enfocado a que las quinceañeras suspiren
apasionadamente con los lances sentimentales de su protagonista, Katie, una
chica que huye de su domicilio al ser acusada de homicidio por un policía
obstinado, cargado de alcohol y mucha mala leche. En su fuga, encontrará refugio en
Southport, una apacible localidad costera de Carolina del Norte, lugar en el
que alquilará una vieja cabaña e iniciará una relación sentimental con Alex, un
joven y apuesto tendero local, padre de dos hijos y marcado por la reciente muerte
de su esposa debida a un cáncer.
Sus dos protagonistas son extremadamente guapos, como mandan los cánones.
Ella es Julianne Hough, una muchachita tan sosa como poco expresiva (¡y
paticorta!) que esconde sus pocas habilidades interpretativas bajo su atractivo
rostro. Él es el guaperas de Josh Duamel, otro anodino de mucho cuidado cuyo
único potencial radica en su físico; todo un pimpollo para alegrar el espíritu (y otras cuestiones) a sus
jovencitas seguidoras femeninas. Dos seres hermosos y acaramelados que, aparte de
conjuntar a la perfección con el espíritu meloso del producto, contrastan a las mil maravillas con la figura
del irascible policía empeñado en dar caza a la temerosa Katie, personaje al que
da vida un sobreactuadísimo David Lyons, uno de esos actores que tan sólo le
conocen en su casa (su madre y su abuela, para ser más exacto).
Lasse Hallström dirige el cotarro de forma
totalmente amorfa, sin personalidad alguna. De hecho, enfrentarse a su película, causa la misma impresión que la de sufrir un vacío telefilme
de sobremesa de los que cualquier cadena privada endilga a sus telespectadores
las tardes de los fines de semana: una historia cursi y previsible, con mínimos alicientes cinematográficos y con un nutrido grupo de actorcillos de tres
al cuarto, amén de truculenta.
Un mucho de romance del cutrillo (chica guay y agobiada conoce
a chico guay y tristón), un poco de sexo (siempre deliberadamente light, tipo “arrumaco”),
una mínima intriga de lo más patatero (al estilo de Durmiendo Con Su Enemigo, ¡otra
que tal!), un final de lo más fallero (con fuegos artificiales incluidos, en
plan Impacto del De Palma) y, de propina, con un vergonzoso toque fantástico (o, mejor dicho,
fantasmagórico) que ayuda a edulcorar aún más la función.
Lo que les digo: de
juzgado de guardia.
3 comentarios:
Bueno!! cualquier le pregunta ahora por Chocolat o por aquella de Hachicko con Richard Gere...
Chocolat me parece un cuento precioso y Hachiko, a pesar de la dosis de melaza que contiene, es una película que me emocionó (eso de haber tenido perro marca mucho). Pero ambas películas son de un almíbar distinto a la de la última.
Ah, bueno, entonces ya no me da vergüenza decirle que a mí esas dos me gustaron también. Eso sí, respecto a Hachiko, no cometa el error de ver la versión japonesa... y si la ve, sáltese la escena final.
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